Sé que no se puede generalizar. Los ha habido (y los hay) serios, respetables y honrados, pero en un porcentaje ínfimo. Y esa fracción va en seria ruta de desaparición. Tanto así que, en una fila de personas que esperábamos turno para ingresar a un edificio, escuché a alguien decir (señalando la página de un periódico): «¡Ve que de a […], se van enchachados a los Estados Unidos, regresan como héroes, dicen que allá les suplicaron quedarse y al otro día son inscritos como candidatos!».
La carcajada que arrancó a todos fue sonora y, como el ingreso estaba retrasado, algunos de los que esperaban comenzaron a contar anécdotas de candidatos a puestos de elección popular. Yo recordé tres, pero no me atreví a contarlas ante un público desconocido.
Para reír un poco y con el propósito de señalar el peligro del autoengrandecimiento de esos fulanos y menganos las comparto a continuación (dos son del siglo pasado y una de inicios del XXI). Las tres dan certeza al dicho que reza: «Dime de qué presumes y te diré de qué careces».
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La primera es atinente a un candidato a alcalde que se hizo acompañar de su candidato a diputado (que se decía muy instruido) para visitar un barrio localizado en la parte más alta de su pueblo. Su propósito era conseguir los votos de los vecinos. Estos le manifestaron que padecían de falta de agua potable y que, si les prometía resolverles ese problema, votarían por él. El candidato les respondió que un día después de tomar posesión como alcalde se iniciarían los trabajos para llevar la tubería a sus hogares. El líder de los pobladores le advirtió que tubería ya tenían y que provenía desde unos terrenos donde había pozos con suficiente agua para abastecerlos. Le indicó que lo que necesitaban eran bombas eléctricas para elevar el agua porque, sin las bombas, la ley de la gravedad no permitía el desplazamiento del vital líquido. En ese momento intervino el candidato a diputado y les dijo: «¡Muy bien señores, por lo que ustedes dicen el problema aquí es la ley de la gravedad, les ofrezco entonces que, si me eligen, derogaremos esa ley lo más pronto posible!».
La segunda no es tan tragicómica como la anterior. Es más trágica que cómica. Durante un foro con candidatos a diputados en una universidad donde yo impartía el curso Metodología de la Investigación, incentivé a mis alumnos para hacer preguntas que fueran in crescendo, de lo fácil a lo difícil. Les sugerí que empezaran con preguntas elementales para ir subiendo el nivel de dificultad. Uno de los alumnos me pidió que fuera yo el que las iniciara para establecer el criterio mínimo de valoración. Así las cosas, pedí a los nueve candidatos que allí estaban (con una pinta de sabelotodo) explicar de la manera más sencilla el significado de la palabra «diputado». Asústese usted estimado lector, ¡ni uno solo pudo hacerlo! Y entre ellos estaba un individuo que contendía de nuevo porque diputado ya era.
La tercera es trágica y cómica. Dos candidatos (muy conocedores de la realidad nacional según ellos) que contendían por una curul en el congreso llevaron mantas, pachones, camisetas, balones y otros menesteres a una populosa aldea fincada al norte de su territorio. No hablaban el idioma de la región y se hicieron acompañar de traductores. Iniciaron con sendos discursos de saludo y terminaron con los consabidos ofrecimientos imposibles de cumplir. Cuando creyeron que su perorata había sido suficiente y que ya tenían ganado un buen caudal de votos, preguntaron a los pobladores si tenían alguna duda para ellos elucidarla. Entonces, uno de los líderes de la aldea expresó en perfecto español (y con una soberana cara de burla): «Solo dígannos cómo podemos votar por ustedes porque esta aldea no pertenece a su departamento. Y si caminan un poquito más, hacia allá —señaló un rumbo—, se meten a México».
Tres anécdotas sucedidas en nuestro pasado reciente pero muy vigentes en los actuales contextos: «Dime de qué presumes y te diré de qué careces».
Candidatos por favor, hoy mismo, apréndanse la definición (con claridad y exactitud) de las palabras presidente, ministro, diputado y alcalde. Con esas cuatro que sepan me doy por satisfecho.
Hasta la próxima semana si Dios nos lo permite.
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