Aún recuerdo su voz temblar en el teléfono y el cúmulo de ansiedad que mostraba momentos antes de confiarme un secreto que seguramente no había compartido con muchas personas, pero que creyó apto hacerlo conmigo. «Porque con vos se puede hablar», me dijo. Creo que su miedo al rechazo era más fuerte que reconocerse y aceptarse abiertamente en su identidad sexual.
Por fortuna, desde entonces ha habido algunos avances en Guatemala y el resto del continente. Las organizaciones a favor de los derechos de las personas LGBTTIQ+ se han multiplicado visibilizándolas y dignificándolas, a la vez que el matrimonio igualitario ha sido legalizado en varios ciudades y países latinoamericanos (los casos más recientes en Chile y Costa Rica), así como en Estados Unidos y Canadá. Desde el cine, propuestas como «Temblores» del director Jairo Bustamante, abordan una temática que muchos prefieren callar, desvelando una realidad que atraviesa distintos estratos socioeconómicos sin distingo alguno. No obstante, la violencia todavía se ensaña contra esta comunidad y la paridad en derechos todavía no es plena.
De hecho, cualquier progreso en el tema se topa todavía con vertientes antidemocráticas y corruptas, con «sicarios de la fe» como diría el escritor Jaime Barrios Carrillo, que encuentran en fundamentalistas religiosos sus aliados clave para marginar a minorías históricamente excluidas a cambio de financiar sus apetitos políticos. Allí está el controversial Decreto 18-2022 a todas luces inconstitucional según estudiosos como Juan Pensamiento Velasco. Endurecer las penas por el aborto, redefinir la familia prohibiendo expresamente el matrimonio de personas del mismo sexo, u obligar al Estado guatemalteco a asumir posiciones discriminatorias no podía sostenerse por mucho tiempo. Más tardó el Congreso en redactarlo pésimamente y aprobarlo, que el presidente Giammattei en mandarlo de regreso para engavetarlo, lo cual no ha dejado de sorprender a la población dada su alianza con las iglesias evangélicas. No sé qué tan cierto sea que Giammattei sea homosexual. De hecho, a ninguno debiera importar. Al final, la historia le juzga ya como uno de los peores presidentes de la historia del país por su manifiesta incapacidad, incongruencia y falta de probidad, y no por su sexualidad.
Así, los intentos recurrentes en países como Guatemala, o desde algunas gobernaturas en Estados Unidos como Florida, de querer legislar desde el púlpito contra una educación integral y los derechos de las comunidades LGBTTIQ+ siguen respondiendo a una lógica discriminatoria que no refleja la realidad de sus sociedades ni las demandas de estos grupos por eliminar el estigma, la violencia y la discriminación por medio de políticas públicas incluyentes.
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A pesar de que hay tantos retos y problemáticas más urgentes que los gobiernos están llamados a atender, como la pandemia, el avance del calentamiento global, las inequidades sociales, el hambre, la violencia y la corrupción que atentan diariamente contra la vida de la gente y pone en riesgo el futuro de próximas generaciones, es contraproducente que los esfuerzos prioritarios de estos políticos descansen en suscitar odio y marginalización de sus ciudadanos por dos razones: por un lado, provoca un desgaste político innecesario aunque quieran congraciarse con sus bases electorales más conservadoras y retrogradas; y por el otro, provoca una mayor unión y solidaridad de grupos de la sociedad civil que a la larga se organiza y empodera.
Formar a ciudadanos y ciudadanas libre-pensantes y críticas causa demasiado temor a las clases medias, pero sobre todo a las élites, sean estas académicas, políticas, religiosas o empresariales. La noción de que una persona maya, un trabajador del campo, o una persona homosexual pueda ser igual que todos en dignidad, derechos y responsabilidades, representa una seria afrenta a su manera perniciosa de mantener privilegios que no están dispuestos a ceder con quienes son diferentes.
Pero no importa cuántas leyes se emitan para impedir una educación transformadora: la diversidad sexual, como otros tipos de diversidad, no es una ideología sino una realidad concreta. Las nuevas generaciones lo entienden y, al igual que sus predecesores en otros movimientos sociales, resistirán frente a las prácticas antidemocráticas y excluyentes de quienes les gobiernan.
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