Ya sea que este momento esté cerca o lejos en el tiempo, me parece que una de las partes más interesantes puede ser cuando descarguen de nuestro cerebro la música de nuestra vida. ¿Qué diría sobre vos esa playlist? ¿Valdría la pena? ¿Sería una potente declaración de quién fuiste o simplemente una colección de canciones sin sentido que fueron fondo mientras estuvieron de moda?
Por improbable que parezca todo esto, no estaría de más pensar a qué sonaría nuestra vida. Porque, al parecer, la música que escuchamos se queda con nosotros de una forma mucho más profunda que incluso los recuerdos que más atesoramos.
Actualmente la música está siendo utilizada como terapia alternativa para pacientes con alzhéimer y otras demencias. Pero no se trata de cualquier música. Se trata de la música que en teoría alguna vez fue del gusto del paciente. Los resultados de estas terapias son verdaderamente sorprendentes. Personas que no recuerdan ni su nombre han llegado a recordar hasta la letra de su canción favorita.
Los científicos que han hecho estudios al respecto aún no saben por qué una persona que no recuerda nada de su vida puede recordar, en cambio, la música que le gusta. Claro que existen teorías que están relacionadas con partes específicas del cerebro y la forma como este procesa la música, pero nada que haya sido concluido categóricamente.
En lo personal, me gusta pensar que es porque la música llega a esa parte de nosotros que trasciende lo físico, eso tan abstracto que poco entendemos y que al final nos hace ser quienes somos. El alma quizá. ¿De qué otra forma se explica que la música tenga el poder de cambiarnos la vida?
Quizá no estemos tan lejos de poder descargar a una computadora todo lo que en un momento fuimos, incluyendo la música de nuestra vida, pero por lo pronto, mientras escribo estas líneas, escucho Happy Home, de Koko Taylor, solo para asegurarme de que, si algún día mi cerebro decide fugarse y perder todos sus datos, mi alma tenga siempre una buena compañía.
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