El concepto de socialismo libertario incorpora una propuesta política coherente, con un desarrollo histórico en el que la libertad y la igualdad se ejercen democráticamente desde abajo. Por supuesto, en Guatemala estas dos palabras, libertad y socialismo, generan una reacción con significados de tristes a risibles.
Es decir, la palabra socialismo remite con facilidad a la burocracia autoritaria soviética, que no era ni democrática ni socialista. En segundo lugar, el libertarismo chapín es una caricatura en la cual los conceptos de libertad e igualdad se retuercen a conveniencia de quienes ejercen el poder económico.
Pensemos entonces en la libertad y en la igualdad como ideas vivas y articuladas. Desde los kibutz, salvando distancias y críticas razonables, hasta la organización de los cantones en Totonicapán, en cada caso hay estructuras democráticas que coexisten con formas de exclusión. Sin embargo, ambos ejemplos están más cerca de la democracia verdadera que la rutina electorera mediante la cual decidimos cada cuatro años entre la sífilis y la gonorrea, pero sin gozar del sexo. Es decir, elegimos sin decidir sobre la legitimidad del Estado que nos domina en beneficio de unos pocos.
Esa combinación de libertad e igualdad explica algo de la persecución de la cual han sido objeto los anarquistas a lo largo de la historia. Por eso resulta apasionante la lectura del libro Razones para la anarquía (Chomsky, 2014), en el cual se analiza la revolución anarquista en Barcelona, que fue combatida por los comunistas en alianza con la oligarquía capitalista y fascista: un hecho histórico importantísimo que ha permanecido oculto por provocador, además de por vergonzoso. Asimismo, el libro es una importante reflexión sobre el papel del Estado benefactor moderno, que paradójicamente se ha constituido en un mecanismo de protección para la gente común.
A propósito de lo anterior, el anarquismo propone que cualquier forma de subordinación ilegítima sea erradicada, algo que conlleva la supresión del Estado tal como lo conocemos. De ahí que el anarquismo no fuera bien recibido por comunistas, capitalistas y sus respectivas élites intelectuales. Y sin duda es difícil no levantar las cejas al pensar en una sociedad sin Estado, pero sumamente organizada, entre otras razones porque la utopía anarquista no ha sido estudiada con seriedad, más que por unas pocas personas, y, por el contrario, se ha vertido tinta en descalificar un ideario que, como mencioné arriba, puede observarse al menos parcialmente en organizaciones comunitarias.
¿Por qué hablar de socialismo libertario y mestizo? Desde mi punto de vista es ineluctable que cualquier proyecto posneoliberal en Guatemala debe incorporar la construcción de un sujeto popular, mestizo e intercultural, así como espacios de igualdad para mayas, ladinos o cualquier otra forma de identidad en libertad e igualdad. Otra razón para hablar de socialismo libertario y mestizo tiene que ver con que los conceptos son territorios en disputa[1]. Y durante mucho tiempo hemos abandonado el concepto de libertad en manos de charlatanes egoístas. La libertad de la mano de la igualdad es un referente poderoso para la democracia.
¿Sigue sin gustarle el título de esta columna? No importa. Podemos ignorar las etiquetas y concentrarnos en un proyecto posneoliberal, democrático y radical de largo plazo, en el que cada persona goce de libertad, pero también de igualdad, en un contexto incluyente y multicultural. Al final, lo que importa es que la gente común pueda acceder a algún control sobre sus vidas.
¿Es acaso el momento para un diálogo de este tipo? Sin duda. Recuerde que está sobre la mesa el reconocimiento del derecho indígena. Y si las noticias nos hablan de corrupción, violencia, salarios precarios o exenciones para los que siempre están bien, esas señales deben ser recordatorios de que podemos construir una sociedad mejor.
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[1] Inevitable mencionar que la frase «los conceptos son territorios en disputa» la he tomado prestada de Carlos Figueroa Ibarra.
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