Cuarenta y dos años y medio de aprendizajes, alegrías y mañas. Mañas buenas y malas mañas. Como aquella —malísima— de tomar el café a toda hora y con leche. Dos de azúcar y tibio. Tibio no como tanto condena la Biblia, sino como indicador de templanza. Templanza como equilibrio de vida, de opciones y de criterios. Y no como ambigüedad, sino como esa capacidad —casi superpoder— de ser flexibles ante las adversidades.
A esta —avanzada— edad es que entendemos —al fin— las leyes newtonianas: todo va, todo viene. Nunca perdemos del todo. Nunca ganamos al fin. Ni frío ni caliente, solo templanza.
Un domingo cualquiera te despertás y sos justamente todo lo que querías ser de niño. Libre o amarrado a un trabajo formal que amás u odiás: vos escogiste. Solo o acompañado, por una pareja, por niños o por una mascota loca según tu elección. Feliz o desdichado. Abrazando almohadas o frustraciones. Vivo o muerto, según has decidido. Sí: esta y todas las demás han sido decisiones propias, personales e intransferibles. De eso se trata este canijo asunto: de elegir y hacerles ganas a los resultados. A los cuarenta y dos y medio te sabés responsable. Vida de florero y fondillo de candelero, como reza el dicho.
Y no ha sido fácil esto de aprender la templanza. A mí me ha llevado cuarenta y dos años y medio de práctica.
Práctica. Hay situaciones prácticas que aún no comprendo. Por ejemplo, confieso ser tan animal que hiervo el agua para mi café en el microondas y luego espero que se entibie. Y, sí, he evaluado la posibilidad de entibiarla al punto exacto y de disfrutar del café inmediatamente, pero creo que me gusta la incertidumbre de estos largos minutos de espera y reflexión. Reflexión que va de hirviendo a tibio.
Otro ejemplo práctico para esto de la tibieza será que detesto la frase rehacer su vida. Rehacer, como si esta se destruyera o arreglara dependiendo de si tenemos suerte en el amor o no. Y no —ni yo, que me las llevo de la doctora corazón y de la persona hasta ahora más afortunada en el juego sobre la faz de la Tierra— creo eso. Que nos pone más contentos, que nos enriquece, que hace las distancias más cortas y los días más soleados, sí. El amor tiene ese efecto. Pero me lo tomo como se toma el guarito: todo con medida y responsabilidad. Justo en el medio para no irse de boca ni de derrière.
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Recordemos que la dependencia es una maldita cadena. Esto también lo aprendí ya. El amor romántico se encuentra en el archivo de los pendientes: los cuarenta y dos años y medio me han hecho mesurada en los vaivenes del corazón. Ni dramas ni telenovelas para mí.
Rehacer, entonces, será redireccionar. Actualizar el software, pues. Hacer un inventario con el remanente, reparar lo que se pueda e iniciar un proyecto nuevo con lo que ya tengo.
La siempre brillante Martha Stewart y la mentada ave fénix le darían like a mi anterior comentario. Lo viejo, lo roto, lo cicatrizado, lo nuevo y lo que queda por aprender. Construir algo bello con lo disponible. Barrer las cenizas y el ripio que quedaron después de la sacudida. Y abrir de nuevo la puerta dejando pasar el aire tibio.
Si la vida fuera un bufet all you can eat, esta década sería una digna y templada segunda vuelta. Porque la primera se trata de llenar: platos, espacios y vacíos. Llenarse con lo disponible. Cantidad. Saciar apetitos pasados y presentes. Comer como que fuera esta la última vez. Comer a manos llenas y con prisa.
A estas alturas de mi vida estoy apta para ocupar el sillón presidencial (hablando de segundas vueltas, pues). Vi caer el Muro de Berlín y las Torres Gemelas. He presenciado guerras frías y guerras calientes. Vi engordar a Britney y morir a la Winehouse. Mi playlist incluye a Earth, Wind & Fire y la última de Justin. Soy «amalgama perfecta entre experiencia y juventud», aunque me caiga tan mal Arjona. Esta segunda es una vuelta inteligente y —de alguna forma— amañada: regresás solo por aquello que valió la pena. Ahora aprendiste lo de la calidad sobre la cantidad. Con plato limpio en mano, estudiamos el terreno, conocemos nuestra capacidad y fortaleza: hacemos smart picks (como los llaman los gringos). Conocemos ya los riesgos y tenemos Pepto-Bismol siempre a la mano por aquello de las emergencias. La cautela es ahora una aliada insustituible. Y la caminata triunfal del retorno se hace ya sin prisas. Porque ya no nos determina el tiempo. Para todo hay. Para todo y para todos. Cuarenta y dos y medio, tibios y templados. Y todo esto te golpea —para bien o para mal— como martillazo seco justo en medio de las cejas. Todo esto, mientras se entibia el café. Hoy es un domingo cualquiera.
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