Uno se formó como maestro de aldea. Probablemente conjugó sus tareas escolares con el trabajo familiar para salir adelante. Sus pasos roturaron los caminos polvorientos, rojizos o humedecidos de las verapaces. Las piedras, los ríos, los bosques de la tierra del quetzal escucharon sus cantos de niño, sus lecciones de maestro y sus llamados a la protección de la tierra. Por amor a esta ha dedicado su vida al crecimiento comunitario.
Por medio de la enseñanza y el ejercicio del magisterio, ha formado generaciones de niñas y niños de su pueblo. Y, en defensa de los derechos gremiales, el quehacer organizativo, como hormiga obrera, ha sido su constante. Nadie ha llegado a contarle la realidad de su pueblo. Él la ha visto en primera línea. La ha vivido en carne propia y, como su idioma y pertenencia étinca, q’eqchi’, la lleva plasmada en el alma.
El robo de su río y la amenaza de muerte que esto representa le inspiró a profundizar en la defensa del derecho al territorio y a un ambiente libre de contaminación. Una lucha que le enfrentó a poderes corruptores que han tomado control del sistema. Desde ese entorno, trazaron y ejecutaron su plan de veganza y castigo. Le cercaron y encerraron.
Durante más de cuatro años estuvo privado de libertad, acusado y sentenciado por delitos que jamás cometió. De hecho, en virtud de la evidente falsedad del proceso y el uso arbitrario de la ley para impedir su lucha, Amnistía Internacional lo reconoció como un prisionero político.
Maestro al fin, desde su celda mantuvo una comunicación epistolar con su pueblo y la sociedad. Prácticamente no hubo suceso de importancia nacional en el que su voz, por medio de la letra a mano plasmada con tinta sobre trozos de papel, no se hiciera escuchar. Mientras vivía la tortura de la prisión ilegal e injusta, su familia continuaba la lucha por su libertad y la lucha por la que le encarcelaron.
Luego de 1520 días en prisión, Bernardo Caal Xol fue puesto en libertad. La noticia corrió como el viento fuerte entre los bosques y los ríos de la zona de los ríos Cahabón y Polochic. La espera de su salida duró hasta pasada la media noche del jueves 24 y el inicio del viernes 25. Al salir, pese a la hora y la nocturnidad, Bernardo pudo recibir el abrazo de quienes le esperaban.
Conforme avanzó su ruta de retorno al pueblo que le vio nacer, en cada plaza que tocaba le recibían con alegría y con orgullo. Las rejas que pretendieron encerrarle, las «esposas» con que intentaron detener el movimiento de sus manos, las paredes que le cerraron la salida, no lograron arrancarle del corazón de su pueblo.
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El otro hombre, en cambio, se tituló en la universidad con una tesis sacada de la manga. Muy problemente tuvo acceso a tutorías durante su formación. Su transitar ha contado con vehículos familiares primero y de gobierno después. Sus peroratas intentan ser coloquiales aunque, casi siempre, rayan en lo vulgar. En cuanto pudo y renegando de su origen guatemalteco, se consiguió un pasaporte europeo que quiso hacer valer como presidente electo de este pequeño país centroamericano.
No ha conocido la realidad más que referida por el círculo que le rodea. Aprendió que ser funcionario de Estado es hacer mano de mono de cuanto recurso le es próximo. De paso también unta la mano de su descendencia que come, se viste, calza y vive a expensas de los recursos del Estado.
No lo reciben con vítores. Más bien lo declaran non grato y, lejos de considerarle un líder, le han puesto el mote de eleq’on que significa, ladrón.
Alejandro Giammattei Falla, en la presidencia de la República, es la antítesis del maestro de aldea Bernardo Caal Xol. El eleq’on es despreciado y rechazado. El profesor es reconocido como lo que es, un líder del pueblo, que como dice Otto René Castillo, nacido para la faz del mundo.
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