Para comprender una parte este relato, se puede empezar diciendo que la época de Cuaresma y Semana Santa con el caminar del tiempo ha logrado condensar en buena parte la esencia del ser en Guatemala. Esta expresión ha saltado del catolicismo para entrar en una significación más profunda, alimentada por diversas visiones que a través de la historia han servido para dar sentido a la vida: la pluriculturalidad hecha símbolo, ritual, poética.
Como ocurre en cada comunidad en Guatemala, Semana Santa se practica y se siente de formas diferentes. Sucede que en Xelajú, el viernes santo de cada año emerge el ritual colectivo que más allá de conmemorar la muerte de Jesús, conforma un llamamiento comunitario a la vida y a su celebración en un territorio que ha sido (y sigue siendo) violentado de forma brutal y sistemática, un acto pleno de resistencia y renovación.
En la tarde de viernes santo, las calles del centro histórico de Xelajú son testigas de la reafirmación continua de aquello que quizá hace cientos de años Martín Velásquez Tzunum o Huitzititizl Tzunúm buscaba: una forma pacífica de combatir a los invasores y de preservar las creencias más sagradas del pueblo k´iche’.
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Las procesiones de Santo Entierro son una suerte de acto social/público intergeneracional que sostiene y transmite desde la subjetividad el sentido del origen, además de hacer evidente la estética híbrida conformada por elementos mayas y españoles que han diseñado la organización social quetzalteca durante la historia.
Después de Ciudad de Guatemala, en Xelajú se da la mayor cantidad de procesiones de sepultados y virgen de dolores, son cinco en total las que a partir de las tres de la tarde de ese día, recorren por varias horas algunas calles de las zonas uno, dos y tres. Cada una dotada de características particulares en lo estético, político, económico y étnico. En algún momento del recorrido las cinco procesiones se encuentran en los alrededores del Parque a Centroamérica, creando una alegoría que evidencia la diversidad de ideas y sentires pero también de fenómenos de desigualdad étnica, de clase social y de género que se dan en este territorio.
La muerte como celebración
«Cada velorio es extraordinariamente emotivo, vistoso y concurrido. Allí se produce la unidad de los vivos con los muertos, absolutamente se experimenta lo central y medular de la identidad maya, es el momento de tomar conciencia de que somos parte de un tronco irrompible, de una comunidad, que ni siquiera la muerte podrá separarnos ni extinguirnos».[2]
Por eso no es coincidencia que en Guatemala el momento más trascendental de la época cuaresmal sea la muerte de Cristo. Ese día (viernes santo) los rituales que se practican en Xelajú giran más allá del sentido elemental de la muerte[3], sino con la relación entre el ser humano, la tierra y el universo, en ellos diferentes elementos dan forma a una experiencia holística que incluye colores, aromas y sabores que ponen a dialogar el pasado con el presente, lo real y lo invisible, la función social de esta práctica tiene que ver la conexión ontológica que da significado a la existencia plena.
La iglesia La Transfiguración está construida en uno de los barrios más antiguos, mayoritariamente K´iche´, es una construcción pequeña que solo abre sus puertas dos veces al año, una de ellas, jueves santo y viernes santo; a la par de la puerta durante esos días los vecinos colocan una enorme matraca que cuando gira emite un sonido que se expande por todos lados.
A las cuatro de la tarde en punto del viernes Santo, la procesión sale de la iglesia y una enorme alfombra con pino, corozo y pan de recado que cubre el empedrado de la cuesta que encamina al centro de la ciudad, al frente del anda dos mujeres vestidas con el traje de luto (huipil y corte negro y morado) llevan en sus manos una vasija de barro con incienso en su interior que aromatiza el ambiente y genera una especie de pared de humo que se levanta hacia el cielo, los vecinos salen a despedir a Jesús sepultado y luego preparan la comida que será servida al regreso a todos los cucuruchos para celebrar que la procesión llegó sin ninguna novedad, no hay pesar, la muerte es una alegoría de un ciclo cósmico en el que se recuerda y principalmente se celebra a quienes están en otra dimensión, se celebra a la muerte como la única certeza.
El silencio
A diferencia de las procesiones que se realizan en Antigua Guatemala o Ciudad de Guatemala[4], en Xelajú las procesiones poseen una organización extremadamente pulcra que las hace producir un silencio en el que es posible sentir el pulso más profundo de la existencia: en la Calle Real del Calvario, el Sepultado de la Catedral Metropolitana de los Altos avanza lentamente por las últimas cuadras de su recorrido, la luz de las candelas y de las andas se refleja en algunos edificios con fachadas de piedra volcánica, la banda de músicos hace una pausa y nadie habla, el pasado dialoga con el presente, la luz y la sombra, el sonido del silencio es audible.
Los símbolos
Los días más importantes de Semana Santa coinciden con los días en los que la tierra se prepara para la siembra del maíz y así iniciar un nuevo ciclo agrícola de reproducción de esta semilla que es fundamental para la vida en la región mesoamericana, pueda entonces que lo que va dentro de la urna, en el centro del anda que es llevada en hombros, sea la semilla que descenderá a lo más profundo de la tierra para retoñar y dar fruto.
Por los alrededores del Palacio Municipal avanza lentamente el anda de la dolorosa de San Bartolomé, es acompañada por varias mujeres, cada una lleva en sus manos una vela encendida que ilumina los huipiles y los perrajes negros que se utilizan ese día como en cualquier velorio que ocurra durante el resto del año, toda la indumentaria está cubierta de símbolos que narran la historia y la relación con el universo, es un idioma que traspasa el tiempo, filosofía, mística y ciencia caminan armoniosamente.
Visiones que se encuentran
La representación de la pasión y resurrección de Jesús como dogma principal del cristianismo impuesto a través de un modelo de dominación instaurado en el despojo, la división y la violencia ha creado prácticas culturales y sociales que funcionan como generadores de imaginarios, en puntos para la teatralidad de lo que se vive de forma colectiva e individual en la cotidianidad, la conformación de la sociedad quetzalteca ha producido relaciones basadas en las diferencias y en las intersecciones que de estas se originan, en la religiosidad esa estructura se codifica a tal punto que evidencia la energía de grupos que reconocen la otredad y además, han aprendido a articularse de forma consciente e inconsciente.
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En Quetzaltenango conviven diferentes grupos étnicos entre ellos Mames, k´iche’s, ladinos y personas extranjeras que han hecho de la ciudad el espacio de encuentro e interrelación en los diferentes aspectos del diario vivir, en esa dinámica las expresiones colectivas como las de viernes santo han servido para que de forma simbólica se reconozca el espacio en el que se habita pero también evidencia fronteras en las que las oposiciones binarias como rico/pobre o ladino/indígena se practican: La hermandad del señor sepultado de San Nicolás, ubicada en el barrio la Democracia, hasta hace unos años exigía a las personas que se convertían en miembros los nombres completos de sus abuelos y bisabuelos para garantizar que los apellidos fueran no indígenas, por el contrario, en la hermandad del Sepultado de Catedral está compuesto en su mayoría de k´iche´s.[5], a diferencia de lo relatado por Luis de Lión en “Los Hijos del Padre” estas dos procesiones durante su recorrido, nunca se encuentran.
Memoria Colectiva
La Semana Santa en Guatemala es diversa, codificada de acuerdo al territorio en que se desarrolla, no es lo mismo para una persona capitalina, una persona tz’utujil de Santiago Atitlán o una persona k´iche’ de Quetzaltenango, desde esas diversas miradas la conmemoración de la muerte en un territorio sufrido y usurpado en su más profunda conciencia ha servido para dar un significado comunal que no necesita de una explicación tácita.
Junto a la celebración a la virgen del Rosario y la procesión de la Cofradía del Niño del Santísimo, la Semana Santa en Xelajú se convierte en una de las expresiones públicas y colectivas indispensables para la codificación cíclica de diversas visiones y pensamientos que han aprendido a convivir para dar identidades y pertenencia, además, afirman el sentido de esta comunidad en el tiempo y fuera de él.
NOTA DEL AUTOR: Este artículo es únicamente una aproximación a una lectura compleja sobre uno de los días más importantes en el municipio de Xelajú, Quetzaltenango, es un tema poco tratado, mi interés va por generar nuevas interpretaciones sobre lo que significan los rituales públicos para la conciencia del territorio, publicado en Un pueblo frente al espejo, nueva narrativa de la Semana Santa guatemalteca, Maíz y Olivo Ediciones, Guatemala 2021.
[1 Francisco Vásquez (1937-1944), Crónica de la provincia del Santísimo nombre de Jesús de Guatemala de la orden de n. seráfico padre San Francisco en el reino de la Nueva España, Guatemala: Tipografía Nacional. Domingo Juarroz (1810), Compendio de la historia de la ciudad de Guatemala.
[2] La Cosmovisión Maya, tomo 1, Matul Morales, Daniel.
[3] Me refiero a esa idea de la muerte como un fenómeno doloroso y en algunos casos como castigo.
[4] Menciono estas dos ciudades porque en ellas se llevan a cabo algunas de las procesiones más conocidas.
[5] Sucede el mismo fenómeno con las hermandades de Justo Juez y Jesús Nazareno del hospital, ambas procesiones tienen su recorrido el día viernes santo por la mañana.
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