John Emerich Edward Dalberg-Acton, político e historiador británico conocido como Lord Acton, en 1887 acuñó la frase «El poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente».
Hoy, el eco se extiende hacia El Salvador, donde el mandatario Nayib Bukele sigue dando pasos para aferrarse al poder. El jueves 31 de julio, su bancada en el Congreso de la República concretó una reforma constitucional que propicia el adelantamiento de los comicios, la reelección presidencial indefinida, amplía el periodo de gobierno y elimina el balotaje.
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Bukele, quien llegó a la primera magistratura en 2019, logró de esa manera un toque más perfecto que una carambola a tres bandas. Vale recordar que, en lugar de entregar la presidencia en 2024, fraguó una maniobra por medio de una resolución de la Sala de lo Constitucional, de la Corte Suprema de Justicia. Para el efecto, «renunció» al cargo y luego ganó en las urnas con el 82.8 por ciento de los sufragios, a pesar de tener impedimento, precisamente constitucional.
Apoyado por el Parlamento, el jefe del Ejecutivo ya no concluirá su periodo en 2029, sino en 2027 para generar una nueva cita con las urnas, en la que ninguna casa de apuestas planteará pronósticos, pues no hay duda de quién triunfará. Por ello, la administración de este popular personaje eslabonará una tercera gestión, esta vez para el lapso 2027-2033 ¿Qué tal?
El accionar del gobernante salvadoreño viene a encajar con la obra Yo, el supremo, publicada en 1974 por el paraguayo Augusto Roa Bastos, uno de los referentes del Boom latinoamericano que desde su exilio en Argentina plasmó letras para recrear la dictadura de José Gaspar Rodríguez de Francia, uno de los tantos que a lo largo del siglo XX se soldaron al poder en este continente.
Por cierto, con Bukele son cuatro los que en nuestro entorno han llegado, vencido y seguido como gobernantes: Daniel Ortega, en Nicaragua; Nicolás Maduro, en Venezuela; y Miguel Díaz Canel, en Cuba. Ellos, no dan espacio para un sucesor, a diferencia de la mayoría de países del hemisferio en los que prevalece la consigna «Sufragio efectivo, no reelección» impulsada en 1910 desde el Plan de San Luis por el mexicano Francisco I. Madero.
Un aspecto que no puede dejarse al margen es que, en resumidas cuentas, Bukele es presidente porque el pueblo ha votado por él y la oposición no ha podido rebatir la oferta del oficialismo. Al respecto y para un análisis sociológico es importante destacar que la reducción de los índices delictivos y criminales han seducido al electorado, aunque en contraposición, se hayan elevado las cifras de las violaciones a derechos humanos, como los de expresión y asociación, por ejemplo.
«Me tiene sin cuidado que me llamen dictador, a ver cómo matan en las calles a mis compatriotas», ha dicho Bukele, en tanto que Noah Bullock, de Cristosal, organización que tuvo que abandonar territorio salvadoreño, manifestó que, sin debate, sin informar a la ciudadanía y en una sola ronda legislativa se cambió el sistema político para permitir que el mandatario se perpetúe en el poder, mientras que Juanita Goebertus, de Human Rights Watch, sentenció: «Un líder que usa su popularidad para concentrar el poder, termina como dictador», ¿Será…?
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