Según Santa Teresa de Jesús, mística y escritora española (1515-1582): «No es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien, sabemos, nos ama» (Santa Teresa de Jesús, Libro de la vida, 8).
En este momento algunos lectores estarán pensando que estoy incursionando en un territorio del cual correspondería argumentar a un ministro religioso, pues no. La contemplación no tiene exclusividad, es para todos. Así, en esta ocasión quiero compartirles de qué quiero yo tratar con quien nos ama y nos escucha. Y en orden a esa amistad, conversar de tres situaciones desde la oración contemplativa.
La primera trata del contenido de un artículo que escribí en este medio el 17 de enero 2021. Se llama Un Armagedón (que no es la pandemia de covid-19) sí es posible. Expuse entonces mis temores cuando la señora Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos contactó al general Mark Milley, jefe del Pentágono, «para asegurarse de que el presidente Donald Trump no usara códigos nucleares en las próximas dos semanas que le quedan de mandato». Ella consideró que la situación no podía ser más peligrosa «con este presidente desequilibrado». Así como lo lee, estimado lector. No vaciló la señora Pelosi en exponer sus temores al Pentágono ante el desequilibrio emocional del presidente Trump cuando este se enteró que había perdido las quincuagésimo novenas elecciones de Estados Unidos. Pues, asústese usted, el hombre la volvió a hacer. El recién pasado 18 de marzo uno de muchos medios de alcance mundial notició: «El expresidente Donald Trump vaticinó este sábado en un acto electoral que habría “un baño de sangre” si no gana las elecciones de noviembre, en las que previsiblemente se disputará la Casa Blanca con el actual presidente, el demócrata Joe Biden». De inmediato, un congresista y un senador, ambos republicanos, trataron de minimizar la declaración indicando que se refería a la industria automotriz y a una crisis económica.
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La segunda concierne a la vieja política que languidece en Guatemala, pero que se resiste a morir. Aprovecharé el silencio que provee la Semana Santa (si se sabe buscar el silencio, conste) para hablarle a quien nos ama, de esa situación. Porque la vorágine que nos intentó asfixiar desde junio del año pasado (y que sigue amenazante) no fue más que uno de los últimos estertores de una trama muy bien planificada desde muchas décadas atrás para mantener oprimida a la población y aprovecharse mejor de ella. A la sazón, empezaron defenestrando todos los niveles de la educación formal para volvernos ahistóricos y autómatas, a manera de zombis. Como muestra, la carrera de sociología está muy cerca de desaparecer en el radar académico de Guatemala. ¿Qué puede esperarse entonces de una sociedad donde la enseñanza de la lecto-escritura y el aprendizaje de las matemáticas (en las escuelas preprimaria y primaria) anda por los suelos y en otro nivel (el universitario) no se enseña de su estructura y funcionamiento? Pues carajo, no más allá de la incubación de masas enceguecidas que pueden ser esclavizadas con mucha facilidad. Porque, tal y como expliqué en otro artículo que llamé Guatemala: País de esclavos: «Lo cierto es que, un trabajador, entre la espera del Godot que le depare un mejor futuro y el desasosiego del día a día, llega a despersonalizarse y a realizar las tareas que le impongan, por denigrantes que sean, a cambio de conservar ese empleo que le provee magros ingresos y peores satisfacciones».
La tercera incumbe a quienes desean con vehemencia que la crisis de Guatemala se resuelva de inmediato y con violencia. «¡Con testosterona!», me dijo un fogoso orador. «¡Con cerebro!», le respondí. Porque de ser así (con violencia), estaríamos siendo émulos de Pazuzu (ese ente babilónico y asirio conocido como el rey de los demonios) que antepone (como entidad apotropaica), el mal para protegerse del mal o buscar seguridad en lo incierto. Sin embargo, semejante desatino es imposible.
Así las cosas, yo contemplaré al Señor en las procesiones, en las imágenes y en nuestras tradiciones, pero también dialogaré con Él de esas tres situaciones que llaman, como aconseja el místico Juan de la Cruz, a: «Matar la muerte para convertirla en vida; en un canto suave, una llama viva; y, un toque delicado».
¿Es posible? Yo creo que sí.
Tenga usted un feliz descanso.
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