Comprendí su ansiedad. Su primer año de universidad –como lo había proyectado– se había esfumado y sentía que estaba al borde de la extinción de sus ilusiones. Como sucedió con muchas personas en ese lapso, el pensamiento mágico se apoderó de él. No tenía clara la noción del hecho pandémico, y la poca escrupulosidad de las noticias agravaba aún más su estado.
[frasepzp1]
Para responder, hice acopio de la historia de las pandemias en el mundo y de las reflexiones que acerca del bien y el mal expresa el actor George C. Scott cuando interpreta al teniente Kinderman en la adaptación cinematográfica de la novela Legión, de William Peter Blatty. Decidí utilizar este segundo recurso porque me percaté de que el joven bachiller era muy dado a leer ese tipo de narrativas y conocía la obra en mención. En algún segmento del texto el teniente Kinderman hace comparaciones entre los hechos que se narran y el día a día de las ciudades. Concluye que, el mal no está en supuestas posesiones demoníacas, sino en la partición de conciencias, familias y sociedades como consecuencia de la impronta de los tres ídolos actuales (aunque él no los llama por su nombre) que son el poder, el placer y el tener.
El joven se calmó, pero seguimos teniendo diálogos similares durante los meses siguientes. Su ansiedad disminuyó cuando recibió la primera dosis de vacuna. A partir de entonces no volví a saber de él, hasta la semana pasada. Fue cuando me contó que durante el proceso pandémico perdió a dos miembros de su familia cercana, estuvo gravemente enfermo y cuando salió de la crisis se ofreció como voluntario en un comité de su localidad para apoyar a las personas que más ayuda demandaban.
La idea de que la peste habría podido ser un castigo divino había desaparecido por completo de su mente. En vía contraria, me dejó sorprendido la idea que tenía ahora de la presencia del mal en nuestro planeta y de las formas en que se presentaba. Pero más que de su concepción del mal, me sorprendió su juicio acerca de los agentes de ese mal. Los resumo (palabras más, palabras menos) a continuación.
1. Personas con pautas de conducta disfuncionales que procuran dividir a la sociedad.
2. Personas que buscan establecer alguna forma de dominio para hacerse del control de grupos a fin de manipularlos a su antojo.
3. Personas que son generadoras de conflictos y buscan siempre la confrontación de las personas.
4. Personas con capacidad de mentir, victimizarse y magnificar supuestos defectos de los demás para minimizar sus propias falencias.
5. Personas con capacidad de contraponer liderazgos para fomentar discordias, procuran quedar (ellas y ellos) con una imagen limpia, proba y ajena a las divisiones provocadas.
Había más, mucho más acerca de su concepción de los agentes del mal, pero el tiempo se nos iba agotando. Aproveché un momento final para recordarle las reflexiones del teniente Kinderman, y me dijo con una sonrisa a flor de labio: «En mal momento me puso usted a leer otra vez ese libro. Estábamos en un tiempo de pandemia».
Una tercera persona que se nos unió en ese instante (a quien tuvimos que poner al día respecto de lo dialogado) nos hizo ver que ese tipo de conductas no siempre obedecen a un mal intrínseco, sino a serios trastornos de la personalidad que necesitan tratamiento psiquiátrico. Y yo le pregunté si por acaso, esos trastornos no podrían provenir de un mal intrínseco. Entonces me respondió: «El pecado no deja santo ni títere con cabeza».
A manera de colofón: Quien se nos unió es un sacerdote católico que está trabajando en la posible vocación para la vida religiosa que el joven bachiller, tan afectado durante el inicio de la pandemia, cree tener a manera de llamado interno. Terminará su licenciatura en Humanidades (a finales de este año) y cuando se gradúe decidirá finalmente si va o no al seminario. Me compartió que esa motivación le «nació justamente, cuando estuvo al servicio de los demás durante la crisis pandémica».
Al despedirse me aleccionó: «A un agente del mal se le reconoce porque divide, divide, divide, divide y divide». Yo asentí con la cabeza y para decir adiós tendí mi mano a él y al sacerdote. Al llegar la noche, pedí a Dios con mucha vehemencia porque esa vocación sea tal cual y fructifique para bien de su comunidad.
Más de este autor