Es también, el mes de mi reunión anual con dos amigos de la infancia con quienes conviví en la escuela primaria: Federico, el carpintero y Gabriel, el cura. Y cada año, durante los primeros días de dicho mes, Federico y yo comenzamos a hurgar entre los correos electrónicos en espera del aviso de la llegada de Gabriel. Viene desde el sur de Francia. Allá ejerce su ministerio.
Cada año reflexionamos sobre diferentes temas, y la reunión última, (la de este año 2025) tuvimos que hacerlo por medio de una plataforma virtual. Gabriel no pudo venir por razones de trabajo pastoral.
El tema de este año, como en octubre de 2015, lo decidió Gabriel. Me encantó percatarme de que su capacidad –con relación a nunca haberse descontextualizado de sus orígenes verapacenses– sigue intacta. Así, el diálogo versó sobre la discordancia de la ruralidad y lo citadino que, según él, no solo son similares allá y aquí sino que se han acentuado. Ejemplificó con el caso de un nieto de un amigo suyo que tuvo que migrar de la ciudad capital de Guatemala hacia Cobán para poder superar supuestas deficiencias en su proceso de enseñanza aprendizaje.
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Se trata de un joven de 15 años que repetía por segunda vez el segundo año del ciclo básico. A instancias de sus abuelos maternos (previa consulta telefónica con Gabriel) lo enviaron a Cobán en enero de 2025, lo inscribieron en un centro educativo de la localidad y al final del ciclo tuvo un promedio ponderado de 87 puntos. Ni qué decirlo, aquel salto cuántico despertó suspicacias y los padres pidieron una evaluación en el centro donde estudiaba en la ciudad capital. El resultado fue similar, el punteo obtenido sí correspondía a lo que el joven había aprehendido durante el lapso de enero a mitad de octubre.
¿Qué sucedió? ¿Dónde estuvo el parteaguas?
Según Gabriel la respuesta del nieto de sus amigos fue tal cual: «Aquí, en Cobán podía levantarme a las 05:30 de la mañana, desayunaba tranquilo, me iba a pie para el colegio, tenía tiempo para hacer deporte por las tardes, silencio para estudiar y hacer mis tareas, cenar sanamente y dormir siete horas continuas. Allá, en la capital, me tenía que levantar a las 03:00 de la mañana, llegar al colegio con mucho sueño y encima de eso quedarme a esperar a que pasaran por mí hasta las siete de la noche y tardarnos entre dos y tres horas en el tráfico antes de llegar a la casa. Apenas si podía estudiar entre las 21:00 y las 23:00 horas sin darme tiempo para hacer tareas, mal dormir cuatro horas para, otra vez, levantarme a las 03:00 de la mañana».
Colofón: El nieto del amigo de Gabriel decidió, con la aprobación de sus padres, continuar sus estudios de educación media y de ser necesario también los universitarios en Cobán. «Ojalá se le haga» nos decía Gabriel porque a veces se tienen las presiones sociales y familiares con relación a que en la capital todo es mejor.
Recordamos entonces una de las conclusiones de nuestro diálogo tripartito de octubre 2015: «Los espacios de diálogo familiar en las grandes ciudades se circunscriben a fugaces encuentros en centros comerciales. Se trata de ver quién compra más o quiénes invierten en lo más caro. En tanto, en los pueblos, estos espacios conllevan largas horas de tertulia, de intercambio de comida de la época, de pláticas sinceras, y poco se habla de los grandes proyectos –a veces irrealizables– que rondan la cabeza de los citadinos. En la ruralidad se da más importancia a la persona»[2].
Sí, a veces, es necesario mirar para atrás.
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[1] https://www.plazapublica.com.gt/content/octubre
[2] https://www.plazapublica.com.gt/content/octubre
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