Mi ojo se desplaza entre colores fríos y figuras morenas. Los violetas, grises y verdes remiten a una oscuridad cálida. Sí, parece una paradoja y lo es. Funciona. Altera mis percepciones. En las acuarelas y los óleos —pincel fino y robusto— se ausenta la paleta tan reiterada del sol tropical. Las asociaciones a una industria cultural que busca la explosión de la luz desaparecen. La entrada a ese mundo playero y canalero, que huele a salobre, se realiza con aquellos colores que refuerzan el misterio e imponen una distancia. La calidez aquí se estructura desde una invitación a recorrer el espacio sin los usos acostumbrados del visitante foráneo: anteojos oscuros, piel que guarda el cloro de las piscinas, protectores solares de distintos niveles según las horas del día.
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Michel Collot habla sobre hacer cuerpo con el paisaje cuando se busca establecer una relación profunda entre el cuerpo y la naturaleza, desafiando las lógicas de sociedades fragmentadas. Es lo que logra la pintura de Moisés Barrios. Los lienzos son una restitución del espacio del mar Pacífico a sus habitantes. Porque es llamativo que, en una sociedad tan desigual como la guatemalteca, frecuentemente en las reflexiones sobre el arte, la literatura y la naturaleza, se olvide el análisis de la clase social. Ya en 1933, la periodista y escritora Luz Valle, en una crónica sobre el Puerto de San José, dirige su mirada a la diferencia social y, con ellas, hacia las distinciones culturales. Estaban «los ricos, los que están acostumbrados a viajar con comodidad» y «la gente que no tiene noticia de los trajes de punto de media y los zapatos de hule para la playa». A estos últimos, Luz Valle les llama en el lenguaje de la época «la clase proletaria a la que me honra pertenecer».
El recorrido a través de la exposición «Mar sobre mar» (2024) de Moisés Barrios se realiza desde las mujeres campesinas que, con vara en mano, dirigen los cayucos en los canales. O desde niños que se tiran al agua. O desde un músico ambulante, guitarra en mano, que camina en la playa. Están también los ramajes y las palmeras en un entrelazamiento fecundo. Y un cerdo rosa olfateando un coco. Paisaje popular.
Esta serie se une a un trabajo continuado de Moisés Barrios sobre el agua y el litoral Pacífico como Iztapa (1987), Pacífico guatemalteco (1995), Arcadia (1999), La ilustración del Pacífico (2007), Vías fluviales (2016). En este trabajo, según indica Jurgen Ureña, la documentación fotográfica previa ha sido fundamental. Precisamente, hay un cuadro que particularmente me convoca. En él domina una visión amplia. Mientras pequeñas figuras están y se adentran en el mar de grises metálicos, en el primer plano yace un delfín artificial –probablemente de plástico–– cuyo perfil se dirige hacia el espectador de una manera cómplice. Esa es la pintura de Moisés: invitación a experimentar el mar Pacífico guatemalteco desde lo revuelto, lejos de falsas purezas folcloristas y del lugar común de lo tropical. En donde los habitantes y los visitantes de origen popular no están desplazados; ocupan el espacio. Les pertenece.
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