La sintomatología va desde una ingente necesidad de tenerla a mano hasta un delirium tremens acompañado de episodios de violencia cuando no se puede adquirir. Sin embargo, las adicciones no están relacionadas exclusivamente con una sustancia adictiva, también lo están en orden a la pornografía, el sexo desenfrenado, el desmedido uso del poder y, como venida del sumidero del infierno, también hay adicción por el dinero y todo tipo de riquezas. El súbito cierre del chorro que las provee (dinero y riquezas) puede desatar momentos de locura, y quien lo sufre puede llegar incluso a matar.
En la actualidad, hay tres ídolos que pueden provocar ese otro síndrome de abstinencia cuando súbitamente se pierden los fetiches. Me refiero al poder, al placer y al tener. A estas especies algunas corrientes teológicas las llaman ídolos porque toman el lugar de Dios en la vida de quienes gustan de ellos. Quizá sea el dinero el más peligroso porque, además de la falsa sensación de seguridad que supuestamente provee, permite la adquisición de poder, placer y la percepción de una intensidad de vida más allá de aquello que está moralmente permitido en nuestras sociedades.
Quienes gustan del dinero más allá de lo permisible (con relación a la capacidad de adquisición honesta) tienen un signo inequívoco en su día a día. Me refiero a la práctica de la mentira. La causa estriba en que el dinero mismo se constituye en una ficción cuando se le considera un propósito siendo que, no pasa de ser un medio que puede usarse para ejercer el bien o para practicar el mal.
Toda esa sobrecarga se vuelve mayor cuando una persona, familia o grupo de personas, a causa de la hiperconfianza que el dinero les proveyó, se olvidan de quiénes son y también de que aquel chorro es finito. Al ya no tenerlo, la desesperación entra como un ventarrón y se convierte en uno de los síntomas principales de ese otro síndrome de abstinencia no relacionado con el consumo de sustancias (que también puede estar presente como parte de un malentendido placer) y, de no controlarse, puede terminar en el ingreso a un hospital psiquiátrico, a una cárcel o a un cementerio.
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Desde el pasado 14 de enero hasta hoy he visto a muchas personas —políticos en su mayoría— con esos indicios (desesperados, agresivos y amenazantes). De ser así (quién sabe si no por causa de un grifo cerrado) ellos caben, strictu sensu, en el concepto de los seres que han sido acometidos por el mal. Esto es grave porque según lo explica Morris West (considerado un profeta actual): «El mal es sereno en su enormidad. El mal es indiferente a la argumentación y la compasión. No es simplemente la ausencia del bien; es la ausencia de todo lo humano, el orificio negro en un cosmos desplomado en el cual incluso la faz de Dios es eternamente invisible»1.
No es la primera vez que cito a Morris West con relación a este concepto y definición del mal. Sucede que, este autor –insisto, considerado un profeta actual–, junto con el apóstol Juan, son quienes mejor han definido a ese dinamismo que llamamos el mal. San Juan lo adjetiva como «padre y señor de la mentira» (Juan, 8:44)2. Y quien cae en ese maelstrom difícilmente puede sustraerse de su gran remolino. De esa cuenta se vuelve violento, amenazador, calumniador y desestabilizador. Ni qué decirlo, también es un traidor o una traidora en potencia, sobre todo cuando tiene el transitorio favor de sus ídolos, pero desea tenerlo más.
Así pues, como guatemalteco en el ejercicio de mis derechos y obligaciones, como médico en el ejercicio de la profesión y como cristiano católico practicante, hago un llamado a las personas que están padeciendo de ese otro síndrome (no relacionado con sustancias químicas) para que –a la búsqueda del bien común– no sigan inmersos en la oscuridad que los rodea. Una salida digna es posible. Es cuestión de confrontarse con sí mismos y de acogerse a la misericordia de Dios.
Hasta la próxima semana si Dios nos lo permite.
1 West, Morris (1996). Desde la cumbre. La visión de un cristiano del siglo XX. Buenos Aires: Javier Vergara Editor, S. A. Pág. 125.
2 https://www.biblegateway.com/verse/es/Juan%208%3A44
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