Antiguamente, los reyes (para castigar a sus adversarios o a los que protestaran contra el sistema) hacían matar en la plaza, como elemento pedagógico y disuasivo, para evitar sublevaciones y prevenir que hubiera revolucionarios que lucharan contra el orden de opresión y esclavitud imperantes.
Con la creación del Estado moderno occidental, se agregó «hacer vivir y dejar morir» a los contrarios y a los subalternos. A unos se les deja vivir en el encierro, el exilio, la criminalización y la judicialización. A otros, se les deja morir por explotación, abandono, racismo y el control de la vida como tarea del Estado: hospitales y salud pública precarios, seguridad social para pocos, políticas de salud incumplidas, etc. Cuerpos cansados, deteriorados, en agonía, son la evidencia. Paralelamente, se hace morir con la violencia paraestatal.
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Los subalternos son grupos sociales que se encuentran en posición de subordinación y marginación en la sociedad. Los más importantes: pueblos indígenas, mujeres, trabajadores y trabajadoras precarios, campesinos, comunidades rurales, jóvenes y pobres. Sufren falta de recursos y oportunidades, representación y participación limitada o distorsionada en medios de comunicación, en la cultura dominante y en el ejercicio del poder. Y tienen una historia de opresión, resistencia y lucha por la igualdad y la justicia social. La continuidad del Estado colonial, articula y ejerce al mismo tiempo el hacer matar, el hacer vivir y el dejar morir como lógicas de control social, político, cultural y económico.
Los autores acá mencionados plantean que «La vida y la salud de la población son, en la modernidad, preocupaciones políticas, asuntos de Estado. La vida es objeto de la economía política y, por lo tanto, campo de intervenciones, cálculos, mediciones y gestiones gubernativas. Incluso cuando el Estado abandona ciertas poblaciones en manos de la enfermedad y de la muerte, lo hace como resultado de un cálculo de rentabilidades políticas, gastos y pérdidas».
Eso ocurrió con la pandemia del covid-19. «Y es que de la vida y la salud de la población depende el trabajo y la producción y, en últimas, hasta el Estado mismo» (énfasis añadido). Esto es la Biopolítica, que el Estado aplica para determinar quién vive y quién muere.
Michel Foucault se refirió a esta injerencia del Estado en la vida como «una toma de poder sobre el ser humano en tanto ser viviente» y «una suerte de hacer estatal lo biológico» en las cuales emerge el poder político de hacer vivir. Y reitera que la biopolítica operaría como una tecnología de gobierno que a la vida la convierte en campo de acción política.
Con la invasión europea, se hacía matar a los herejes, salvajes y a los que no aceptaran la sumisión ante el Rey. Al mismo tiempo, se hacía vivir al grueso de la población para que el sistema colonial incipiente no fracasara económicamente, porque de ella dependían la agricultura, la minería, la construcción de ciudades e iglesias y el mantenimiento del clero, mientras sufrían esclavitud y servidumbre o eran reclutados en milicias que luchaban en las guerras entre élites por su ambición desmedida.
La salud y la enfermedad de los pueblos no es interés del Estado. Era, la hoy llamada medicina ancestral como sistema, la que hizo posible superar el abandono al que fueron sometidos; abandono rayando en el odio y desprecio racista. Los pueblos siguieron practicando sus sanas costumbres, en la medida de lo posible, haciendo vida la enseñanza ancestral, que el alimento es la medicina y la medicina es el alimento. La vida y la muerte no se miden económicamente, ni son controladas por la comunidad, constituyen cimientos filosóficos de entendimiento del paso por este mundo y la incorporación energética a la madre naturaleza, después de la finitud de vida.
El Estado moderno convierte en político el destino de cuerpos y vidas. Asume, en la letra, garantizar el derecho a la vida, a la salud y al bienestar de la población. Sin embargo, por la doble moral —esencia de la colonialidad—, en la práctica incumple esos mandatos contenidos en el pacto llamado Constitución de la República.
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[1] Jáuregui y Solodkow. Bartolomé de las Casas y el paradigma biopolítico de la modernidad colonial. Universidad de los Andes, 2024.
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