Frecuentemente se atribuye a Nicolas Maquiavelo la afirmación que la política es el arte de engañar, por lo que el gran pensador italiano pensaba que el que prevalece es quien domine el arte del mimetismo: aparentar ser amigo, ocultar las intenciones y objetivos, aparentar debilidad o fortaleza, son algunas de las estrategias que deben ser usadas para confundir al adversario. El objetivo es alcanzar el conocimiento profundo de la forma en que el enemigo piensa, actúa y se organiza, información que será sumamente útil para preparar escenarios de batalla y que haga que el contrario caiga en trampas constantes que lo debiliten.
Recientemente ocurrió un hecho que demuestra la forma muy hábil en la que el pacto de corruptos sigue actuando: en medio de la aprobación de una ley importante como era la de tarjetas de crédito, la dinámica del Congreso fue alterada bruscamente por un video que empezó a circular en redes sociales. El autor del video era un conocido diputado, quién de forma burlona se refería a una colega parlamentaria de forma irrespetuosa e inapropiada, por lo que inmediatamente se pronunciaron diputadas del partido Semilla, expresando una enérgica condena al llamado «body shaming», incluso se habló de legislar para sancionar y prohibir tales formas de denigrar el cuerpo femenino.
Lo que vino después fue un torbellino de discusiones: por un lado, había algunos que no podían concebir que la bancada Semilla defendiera a la diputada aludida, siendo ella una reconocida integrante del pacto de corruptos. En el pasado reciente, tal personaje había sido una operadora política que logró limitar seriamente la capacidad política del partido oficial, sin mencionar que investigaciones recientes la acusaban de actos de corrupción y de enriquecimiento ilícito, al haber usado su puesto e influencia para afianzar sus intereses personales. Existía, igualmente, la convicción que el incidente había sido simplemente una estrategia tipo «cortina de humo» para desviar la atención y evitar que avanzara la discusión de tan importante ley, algo que momentáneamente lograron. La reacción de los diputados oficialistas no se hizo esperar, en una muestra de ingenuidad política, una a una las principales figuras parlamentarias y aliados políticos de Semilla justificaron inmediatamente la defensa a la diputada afectada, argumentando que era deber de ellos alzar la voz contra cualquier injusticia, fuera contra quien fuera.
En cualquier otro contexto, la respuesta de Semilla hubiera sido plausible y totalmente entendible. Por ejemplo, Weber diría que la ética de la convicción –la que se guía solo por principios– actúa de esa manera: haz el bien, sin importar a quién.
[frasepzp1]
La ética de la responsabilidad –la que se guía por objetivos–, sin embargo, diría otra cosa muy diferente: defender al enemigo solo fortalece al mismo, en detrimento de la propia causa. Un diputado de semilla incluso fue más lejos, pues en un acto de falsa superioridad moral, afirmó categóricamente: «Si usted espera que consintamos que un adversario político sea agredido, busque a otro representante. Nosotros no lo consentiremos. Si usted piensa que ser ético es ser ingenuo, busque a otros representantes. Nosotros no seremos los suyos. Vinimos a ser mejores. No iguales». La debacle total. La soberbia y el falso moralismo se pagan muy caro en la política.
Hace unos años, existió una serie –Llámame Fitz– que sintetizaba su pensamiento en la siguiente frase: «Ser bueno es para perdedores», una lamentación frecuente que se complementa con la evidencia sobre que son precisamente quienes no tienen escrúpulos quienes llegan más lejos, tal como reflexioné hace unos años en un artículo colocado en mí página.
La moraleja no es que debemos todos convertirnos en corruptos y malvados, pero sí en más sagaces. La ética de la convicción aconseja defender incluso al impío, la ética de la responsabilidad aconseja destruir sin misericordia al enemigo. El primer camino lleva inevitablemente al fracaso en política: se es más ético, pero siempre más débil.
Más de este autor