A partir del siglo XIX, las cartas redactadas y enviadas por mujeres, según Clare Monagle et al., (2023) favorecen el desarrollo de un sentido de privacidad y de autonomía que permiten abordar afectos y temas desde la informalidad y con una creciente confianza en que las y los destinatarios –solo ellas y ellos– leerán las cartas. La conciencia de que esa privacidad se iba instalando en las cartas entre mujeres se evidencia, en ocasiones, en suspicacias masculinas. Por ejemplo, la escritora inglesa Charlotte Brontë intercambia cartas con su amiga Ellen Nussey contándole el comportamiento errático e inseguro de Arthur Bell Nichols, quien la pretende y se convertirá en su esposo. Una vez casados, sin conocer las cartas, Arthur Bell Nichols le pide a Charlotte que solicite a Nussey la quema de las cartas porque teme que estas caigan en una tercera persona. Afortunadamente para la historiografía, Ellen Nussey no obedece a su amiga.
Obviamente el mandar cartas implicaba, además de saber leer y escribir, poder pagar el correo y no todas las mujeres podían disponer de papel, tinta y de dinero para el envío. Por ejemplo, son escasas las cartas de mujeres migrantes europeas a Estados Unidos y otros lugares como Australia, en aquel siglo XIX. En las pocas cartas que se conservan, se nota la inseguridad del uso de la lengua escrita por el origen humilde, tal como sostiene Martyn Lyons (2012). En otros casos, quizás la mayoría, lo que existió fue la carta dictada a alguien que tenía la habilidad de la escritura, negándose así el derecho a la privacidad.
Con el advenimiento del siglo XX, se amplían los márgenes de alfabetización femenina y las posibilidades de movimiento. La carta se democratiza. En 2009 el periodista Carlos Chávez recuperó y contextualizó un conjunto de cartas enviadas por Gabriela Mistral a la escritora salvadoreña Claudia Lars a finales de la década de 1930 y durante la década de 1940. Estas cartas fueron resguardadas por la ensayista y amiga de Claudia Lars, Matilde Elena López. Una de las cartas se refiere a la partida de Lars a Estados Unidos. Divorciada, con un hijo adolescente y ya con un reconocimiento como escritora, Lars de pronto deja todo y se va. Aunque su hijo indica que esa decisión se debía a un cariz aventurero, me pregunto, si como María Cruz, había necesidad de un corte, el imperativo de la distancia para reconstruirse.
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El destino de Lars es, sin embargo, más arduo que el de María Cruz, pues debe emplearse como obrera en una fábrica de galletas en San Francisco. Gabriela Mistral, en esa coyuntura, remite una carta en la que reitera a Lars el ofrecimiento de casa y comida y la incita a buscar un puesto laboral como profesora de español en el sistema universitario norteamericano. La aconseja sobre las diferencias culturales. Con una larga experiencia de vida en distintas ciudades y entre distintas culturas Mistral insta a Lars a que deje de ser «susceptible» ante aquellas diferencias; es decir, que se arme de la resiliencia que toda extranjera requiere en el despegue laboral. Se trata de una carta impregnada de empatía que invita a relativizar los miedos. Finalmente, Lars regresa a Centroamérica y, tiempo después, se casa con el escritor guatemalteco Carlos Samayoa Chinchilla. Una misiva de Mistral arriba con un pedido de no olvido: «Y que la felicidad conyugal no te aleje de la poesía. Es pecado mortal asfixiar el don y despedir la gracia». En otras palabras, resulta imperdonable olvidar la vocación y el desarrollo profesional en el caso de una mujer.
A través de los años y de tantas mudanzas, he guardado algunas cartas de la infancia y la adolescencia, otras se han perdido. Conservo, por ejemplo, las cartas intercambiadas con alguna amiga que debió partir a inicios de la década de 1980, durante la vorágine de violencia en Guatemala. También guardo cartas de una Patricia Bonneau, con quien nunca nos conocimos, pero intercambiamos regularmente correspondencia durante diez años. Iniciamos la escritura por el impulso de un profesor francés en la primaria. Finalmente, en una caja yace alguna postal y otras cartas de quien ha sido mi gran amiga y mentora y que tuvo la paciencia, cuando era adolescente, de contestar mis misivas cuando ella vivía muy lejos.
Las cartas entre mujeres son un espacio donde fluyen el acompañamiento, el humor, la confidencia, la memoria.
Chávez, Carlos, «De Gabriela, siete cartas para una amiga, Séptimo (Sentido)», 1 de marzo de 2009.
Monagle, Clare, Carolyn James, David Garrioch and Barbara Caine, European Women's Letter-writing from the 11th to the 20th Centuries. Amsterdam University Press, 2023
Lyons, Martyn, The Writing Culture of Ordinary People in Europe, c. 1860–1920. Cambridge University Press, 2012.
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