El mundo está sufriendo una sacudida por las primeras acciones de Donald Trump de vuelta en la presidencia estadounidense. A ver si aprendemos las lecciones.
Conociendo su peculiar estilo histriónico y populista, ya se sabía que haría lo que está haciendo. Más allá de la seriedad y de la viabilidad real de las decenas de sus órdenes ejecutivas, lo importante para él y su grupo es el impacto que están teniendo en la opinión pú...
Conociendo su peculiar estilo histriónico y populista, ya se sabía que haría lo que está haciendo. Más allá de la seriedad y de la viabilidad real de las decenas de sus órdenes ejecutivas, lo importante para él y su grupo es el impacto que están teniendo en la opinión pública y su electorado: que está generando los resultados y las acciones que prometió.
Al parecer, está teniendo éxito, dentro y fuera de Estados Unidos ha logrado confirmar la imagen de un hombre fuerte, capaz de tomar decisiones y que está actuando. Que no se pierde en los laberintos morales y legales de lo que hace y dice, poniendo muy contentos y satisfechos a sus simpatizantes, alrededor del mundo.
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Como se irá viendo, cumplir con lo que dicen esas órdenes ejecutivas no será inmediato, requerirá modificaciones y aprobaciones normativas y administrativas, si es que se pueden cumplir. Por ejemplo, eso de prohibir la nacionalidad por nacimiento, casi una de las bases y fundamentos de la sociedad estadounidense, tuvo un impacto mediático enorme, pero está por verse si la institucionalidad y la robustez de la democracia estadounidense aguanta con ello. Me parece que claramente es inconstitucional, pero para Trump y su gente, eso es lo de menos, lo importante es la simpatía y el apoyo que ya genera en sus bases. Si la iniciativa fracasa, ya se buscarán «culpables» sobre quienes descargarse.
Esto no es nuevo, y la historia completa de la humanidad está repleta de ejemplos aleccionadores. Son inevitables, y posiblemente muy oportunos y pertinentes, los análisis históricos de los paralelismos entre, por ejemplo, el régimen nazi de Alemania que ejerció el poder en el período de 1933 a 1945, y los gobiernos de Trump. Los elementos en común son muchos, el autoritarismo, el racismo, la xenofobia, el culto al fuerte y el menosprecio al débil, el militarismo, entre otros muchos. El asunto es real e importante, y va más allá de si Elon Musk hizo el saludo nazi durante un acto público reciente por la inauguración del nuevo gobierno de Trump.
O sea, tenemos abundancia de acervo para extraer y aprender lecciones, no solo la coyuntura de la última semana. Elementos de análisis para aprender no nos han faltado. Pero, parece que las fuerzas democráticas y progresistas continúan sin aprenderlas.
Una lección muy importante debiera ser que estos gobiernos fascistas o de corte dictatorial, autoritario y populistas, siempre suceden a uno democrático que falla o es notablemente débil para generar los resultados y los satisfactores que la gente realmente necesita. No hay mucho debate que este fue un mal que aquejó a la maltrecha República de Weimar, el gobierno socialdemócrata que precedió en Alemania al régimen nazi.
La lección es clara: resultados, resultados y más resultados. Un gobierno democrático y legítimo alcanza el éxito de manera legal y lícita, mientras que los otros lo buscan a base de gritos, amenazas y discursos populistas. Creo que es claro que todos los regímenes autoritarios o dictatoriales parten de una gestión inicial muy exitosa en términos de resultados y satisfactores. Suena lógico y sencillo, pero, por supuesto, en la práctica del ejercicio del poder no es fácil, más si han de respetarse la ley y los derechos humanos y fundamentales.
Quizá la gran lección de estos tumultuosos primeros días de Trump de vuelta en la presidencia estadounidense sea para los gobiernos democráticos y legítimos: produzcan resultados y satisfactores para la gente, o un dictador les pasará encima, tarde o temprano.
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