El silencio que se instaló en el aula fue sepulcral. La razón concernía a que, desde febrero de 1963, el docente había logrado que todos sus alumnos leyeran tres libros del egregio autor: La mansión del pájaro serpiente, El mundo del misterio verde y Jinayá. Esta última ambientada en una finca muy cercana a donde se encontraba la escuela referida, en la cabecera de Alta Verapaz.
Pero había otra razón, quizá más poderosa. El profesor había logrado, más de un año atrás, que Virgilio Rodríguez Macal recibiera en coloquio a diez alumnos de su grado. Entre los alumnos seleccionados (en orden a la intelección que habían tenido de algunas de sus obras) destacaron dos: Ambrosio (de origen q’eqchi’) y Javier (mestizo). Ambrosio provenía de una aldea donde nace el río Icbolay y esta condición le fascinó al autor. Demás está decir que hubo algunas discrepancias entre don Virgilio y Ambrosio porque el niño no estaba de acuerdo con algunas descripciones que verbalmente proveyó el autor respecto al recorrido de otro afluente. Me refiero al río Chajmaic. El chavalito conocía como la palma de su mano aquellos territorios. Su abuelo trabajaba en la extracción de chicle en las tierras bajas de Verapaz y sur de Petén, y durante los periodos vacacionales lo acompañaba no obstante los riesgos que ello presuponía para un infante.
Ambrosio destacó en orden al conocimiento real que tenía de los escenarios de las obras del escritor y Javier por la capacidad de sintetizar el contenido de los libros y transmitir sus compendios, a manera de diálogo, a sus compañeros. No rebasaban los 11 años de edad.
Fue así como entre todos –en aquel cuarto grado de una de las dos escuelas para varones que había en Cobán, Alta Verapaz–, hicieron acopio de la literatura regionalista y se sumergieron en el criollismo literario no solo leyendo, sino también, hasta donde se pudo, visitando los lugares descritos para encarnar la singularidad de la fauna, la flora, las condiciones geográficas y repensar los personajes. De tal manera, el compartir conocimientos con don Virgilio Rodríguez Macal fue uno de los momentos inolvidables de su vida. El literato, amigo del maestro de primaria de aquellos niños, visitaba la ciudad de Cobán con alguna frecuencia.
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Sabidos de su deceso, alumnos y profesor dispusieron realizar en la escuela una actividad que dieron en llamar Una feria de los libros de Virgilio Rodríguez Macal. Hicieron lo posible por conseguir un ejemplar de todas las obras y montaron lo que actualmente sería un estand (solo para contemplar los libros). Fue el sábado 1 de agosto de 1964 y lo hicieron con motivo del inicio de la feria departamental de Alta Verapaz. La actividad tuvo un éxito relativo. Acudieron algunas autoridades, los dueños del hotel donde se hospedaba don Virgilio cuando llegaba a Alta Verapaz, alumnas y alumnos de otros establecimientos y no faltó alguna que otra persona ajena a las autoridades y a las categorías escolares de la población.
Para el año siguiente, 1965, consideraron importante hacer más grande aquella feria. Pensaron desarrollarla a nivel departamental y luego, a dos años plazo, desplegarla en un tablado nacional. Desafortunadamente el maestro enfermó y quien acudió a cubrirlo no se hizo cargo de la actividad y así, aquel sueño de los niños pasó al olvido. Años más tarde, las capacidades de enseñanza y aprendizaje de la lectura rápida y comprensión de lectura, también saltaron al cajón de los recuerdos en casi todas las escuelas de Guatemala y como si un cataclismo no anunciado hubiese devenido del sumidero del infierno, las selvas, bosques, humedales, aguadas y todas las condiciones geográficas descritas en los libros de Macal (como nominaban al autor) cambiaron o desaparecieron a causa de la sustitución de la exuberante flora por los monocultivos de Palma Africana.
Ambrosio y Javier no se volvieron a ver al finalizar 1966 (cuando terminaron el ciclo de la escuela primaria). Uno regresó a su mundo del misterio verde. El otro se metió a la jungla de cemento para continuar sus estudios. Y, cuando en el año 2000 se desarrolló la primera Feria Internacional del Libro en Guatemala, Javier se prometió que participaría en alguna edición venidera como autor o comentarista. Lo ha logrado tres veces. Así, a 58 años de aquel primer intento (desde 1966), sigue considerando que realizarla en su pueblo –urbi et orbi– es posible. De lograrlo, será dedicada a Ambrosio quien, desde su ser y sentir q’eqchi’, les proveyó (a Javier y sus compañeros de grado) muchos conocimientos venidos de sus propias vivencias en aquellas mansiones del pájaro serpiente.
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