¿Qué nos motiva? A nivel interno sigue vigente la propuesta de Aristóteles, aquella que nos dice que como humanos en el fondo queremos ser felices. De qué manera lograrlo, he ahí la diferencia entre mucho del pensamiento aristotélico y el actual. Sin embargo, ello se traduce en términos generales con el deseo de alcanzar lo que nos falta. Si pensamos en los jóvenes, los que pertenecen a la generación Z, según me han comentado algunos, la felicidad se reduce en alcanzar el éxito económico antes de los 30. Aspiran a vivir el resto del tiempo que les quede de sus ganancias. ¿Para qué? Pues para jugar videojuegos, ver series, descansar, entre otras cosas. Es decir, ellos quieren dedicarse a la realización de actividades que, vistas desde fuera y como integrantes de generaciones distintas, nos resultan quizás poco gratificantes.
Es fácil y común creer que lo pasado fue mejor. Que antes se lograban cuestiones que ahora ni siquiera forman parte del imaginario colectivo. Pero, de manera independiente a la mitificación que conlleva el asumir esta falsa creencia, lo cierto es que nuestra sociedad presente tiene poco que ofrecer a los jóvenes. Veamos algunas situaciones concretas.
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En términos educativos existen pocos estímulos verdaderamente importantes para jóvenes que destacan en este ámbito. Algunos, pese a múltiples esfuerzos, una vez finalizada su carrera de licenciatura o maestría ni siquiera encuentran un trabajo no solo afín a sus intereses, sino de acuerdo con sus capacidades. Sé del caso de varios jóvenes que no han encontrado espacios laborales por estar «sobrecalificados». Algunos otros, con títulos en el extranjero y especialidades técnicas, se pierden en las sinuosas aguas de la desesperanza cuando desean homologar sus títulos. Celo profesional, envidia, poco reconocimiento. Lo que en buen chapín responde al ninguneo, a la invisibilización.
Quien desee destacar o vivir el sueño de realizarse profesionalmente, en muchos casos, si tiene esa opción (porque tampoco todos tienen el acceso) se van al extranjero en busca de oportunidades que aquí no existen.
En Guatemala, en varias áreas artísticas, deportivas y profesionales no hay una generación que releve a la otra. Sobre todo, entre quienes en algún medio ya alcanzaron el éxito. ¿Quién relevará a Arjona, por ejemplo? No es que no existan cantantes o cantautores cuya obra merezca reconocimiento. Sin embargo, durante las décadas en que Arjona —más allá de las opiniones que su música pueda generar— consolidó una exitosa carrera a nivel internacional, en nuestro país no se han dado las condiciones necesarias para que alguien logre destacar de manera similar. No nos autoengañemos ni nos dejemos manipular por discursos falaces, cuyo objetivo es deslegitimar a otros.
¿Qué se podría hacer? Básicamente, lo que han llevado a cabo en otros países donde el arte, la cultura, los deportes individuales, y demás muestras de expresión cultural se valoran. Es decir, crear espacios seguros y motivantes para que los jóvenes y los no tanto expongan su talento y que ello les permita, a la vez, encontrar un reconocimiento a su esfuerzo y también una fuente digna de ingresos. Concursos y premios constantes en todas las áreas son imprescindibles para motivar. De manera paralela, sería efectiva la creación de las condiciones para que estos nuevos talentos cuenten con espacios donde exponer lo que les apasiona. Ello implicaría, por supuesto, que tanto el Estado como la iniciativa privada trabajaran de manera conjunta y continuada en la creación de revistas, programas radiales, televisivos y de Internet, así como contar una infraestructura adecuada para que el público asista y apoye tanto en la capital como en el interior del país.
Un poco como darle vuelta a la moneda y en lugar de castigar y reprimir, premiar y valorar. Ello nos conduciría no solo a estar motivados, sino a sentir un orgullo genuino por el hecho de haber nacido y vivir en Guatemala.
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