El 20 de febrero 2022 publiqué el artículo Juan Orlando Hernández y la metáfora de la cobra. En su contenido contrasté la experiencia que tuve el viernes 9 de agosto 2019 en Ciudad Gracias, capital del departamento de Lempira, Honduras, cuando convergí frente a una manifestación de apoyo al presidente Hernández y las imágenes de su captura el martes 15 de febrero 2022.
Destaqué en el artículo las fotografías que del entonces presidente Hernández llevaban sus partidarios. Su rostro era altanero y su mirada desafiante. En contraste, describí las fotos de su humillante aprehensión. Engrilletado desde las muñecas hasta los tobillos de tal manera que las cadenas lo obligaban a encorvarse. Y argumenté acerca de la metáfora de la cobra. Se trata de una alegoría que me contó un amigo jesuita en ocasión de un retiro espiritual que vivencié bajo su dirección. Me aleccionó así: «Las cobras no se molestan en perseguir a sus presas. Las cobras se enrollan, se yerguen y se mecen lentamente, de un lado a otro. El movimiento pendular y la fascinación que provoca atrae a los roedores. Estos se acercan confiados y se arriman a una distancia alcanzable. En este momento la cobra emite un peculiar silbido, se arroja sobre ellos y los engulle. Así, así justamente es el mal. Es decir, se yergue, atrae, fascina, envuelve, y, cuando la presa ya no se puede mover, la serpiente pone enfrente de sus ojos su verdadero rostro y le dice: “Te engañé, este soy yo”. Para entonces, la persona atrapada ya nada puede hacer».
Advertí entonces que semejante escenarios debían servir como un espejo para los mandamases del Triángulo Norte, porque la cobra los tenía muy fascinados y no se habían percatado que ese dinamismo estaba muy cerca de emitir su silbido y arrojarse sobre ellos. En otras palabras, les dije: «Pan para tu matate».
El caso JOH ya es cosa juzgada. Fue condenado y está a la espera de que el juez le dicte sentencia que puede ser, incluso, cadena perpetua.
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Hoy, en Guatemala, pareciera que los candidatos a ser engullidos por la cobra no han aprendido la lección de la condena de Juan Orlando Hernández. Hay quienes, a pesar de haber sido nominados en la Lista Engel, que se trata de una categorización de «actores corruptos y antidemocráticos de los países centroamericanos Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua», se han tomado a broma su designación y se burlan del país que los enlistó. Ni duda cabe, la cobra los tiene fascinados e ignoran supinamente de aquello que les espera, o están en fase de negación. Su ceguera no les permite encontrar la diferencia entre dos sistemas legales encontrados: el de Guatemala, que todos conocemos, y el de Estados Unidos de América, que es todo un sistema de tribunales federados y donde cada estado tiene su propio régimen legal con un tribunal supremo.
Así que, a los exfuncionarios (implicados en corrupción) de la era democrática de Guatemala (1996 para la actualidad), les recuerdo la definición que de ese dinamismo (el mal) alecciona Morris West: «El mal es sereno en su inmensidad. El mal es indiferente a la argumentación y a la compasión. No es simplemente la ausencia del bien; es la ausencia de todo lo humano, el orificio negro en un cosmos desplomado en el cual incluso la faz de Dios es eternamente invisible».
Sabidos de ello (contenido del párrafo anterior) y visto el caso del exmandatario hondureño, no está demás reiterarles: «¡Pan para tu matate!».
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