A mi juicio, en algún momento de la historia alguien —de aquellas personas que por creerse sabidas no estudian y por no estudiadas todo lo olvidan— cambió Nuntio por Annuntio. En latín Nuntio significa anuncio o noticia pero con mucho más contundencia que Annuntio. Se trata casi, de un imperativo.
Mas, independiente de esa minucia (que siempre quise poner al tapete), el 8 de mayo del presente año 2025 el cardenal Robert Francis Prevost fue elegido como el 267° sucesor del apóstol Pedro en la Iglesia católica romana y de inmediato se desató ventarrón de posverdades cuyos ramalazos no cesan.Estas incluyen desde pronunciamientos de los sectores conservadores, anunciando primero y exigiendo después el retorno a la misa en latín y al rito tridentino (para que la congregación esté en silencio), hasta otros expertos vaticanistas (solo en sus sueños), que comparan la encíclica Rerum Novarum, de León XIII, con el Manifiesto comunista.
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Pero muy pocas personas, incluso sacristía adentro, han caído en la cuenta del meteórico ascenso al papado del agustino Robert Prevost, cuya ordenación episcopal sucedió el año 2014, su nombramiento cardenalicio el 2023, su promoción a Cardenal-Obispo en el mes de febrero 2025 y su nominación al solio pontificio tres meses después.
¿Tiene la referida escalada algún significado en la interpretación histórica de su vida personal? A mi juicio sí, considerando que fue ordenado sacerdote en junio de 1982. Es decir, hubo un lapso de 32 años entre el inicio de su presbiterado y su ordenación episcopal. De allí, en tan solo 11 años, llegó a ocupar la sede papal.
El año 2017 se conoció que el ya obispo de la Diócesis de Chiclayo, Robert Prevost, estaba en franca batalla contra la trata de personas y de cómo, luego de que las religiosas que le ayudaban en semejante apostolado tuvieron que dejar su diócesis, se hizo cargo personalmente (junto a una religiosa) de tan peligroso trabajo. El año 2023 Robert Prevost fue llamado por el papa Francisco al Vaticano y lo puso al frente del Dicasterio para los Obispos. Allí continuó la purga que su antecesor, el cardenal Marc Ouellet había iniciado con relación a sectores ultraconservadores que habían logrado prebendas y canonjías que no han terminado de subsanarse adentro y afuera de la Iglesia católica. Pero su apoyo incondicional a las víctimas de trata y a trabajadoras sexuales continuó. Una comisión que se constituyó bajo su episcopado para hacerle frente a este flagelo sigue vigente.
Poco a poco se ha ido conociendo otras facetas de su episcopado en Perú, como su valiente postura en la gestión de ayuda y apoyo para los sectores más necesitados durante la pandemia de Covid-19. Él no fue un obispo que se escondió ni se refugió en las comodidades que pudo haberle proveído su cargo y su rango. Como en otros estados de calamidad pública, se puso al frente de su clero y se jugó la vida cuando no había atisbos siquiera de posibilidad de vacunas. Y a decir verdad, su actitud contrastó con la de otros prelados latinoamericanos para quienes vendría al dedo aquel canto de protesta de los Guaraguao que se llama No basta rezar.
Así pues, esos treinta y dos años entre su ordenación sacerdotal y su ordenación episcopal se constituyeron en todo un bagaje de experiencias, vivencias, adquisición de destrezas y habilidades para mejor gestionar situaciones críticas en un país de tercer mundo que, sin duda alguna, le valieron para su pronta entronización en el papado. Llegó al Vaticano tan solo el año 2023 y en mayo de 2025 se constituyó en Sumo Pontífice.
¿Qué viene ahora? Pues, ni lo que desean los unos ni lo que ambicionan los otros (los conservadores y los de supuesta avanzada). La esperanza de la Iglesia está en los países pobres y la esperanza de los pobres debe de tener un horizonte cierto en la Iglesia.
Un amigo sacerdote me dijo: «Creo que será una continuación del papa Francisco con su propio sello Prevost». Yo le respondí: «Padre, por favor, hágaselo saber al episcopado latinoamericano porque nunca como ahora han necesitado muchos de ellos (los obispos) retomar el rumbo del Concilio Vaticano II y de la Doctrina Social de La Iglesia».
La semana entrante le preguntaré, a guisa de broma, si lo hizo.
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