Para comprender la necesidad de enlazar y/o reconciliar la ética con la política es indispensable comprender que a nivel mundial estamos ante una crisis civilizatoria acentuada en los países más pobres del planeta. Me refiero al acabose del modelo insostenible de producción y consumo que quedó al desnudo —hasta para los más incrédulos— durante la pandemia de Covid-19.
En Guatemala esta crisis se convirtió ya en un colapso, pero las tecnologías de información que derrapan más como procesos de desinformación mantienen distraídos a muchos sectores de la población, y estos se niegan a aceptar su vulnerabilidad y su exposición ante ese derrumbamiento. Como un ejemplo pongo al tapete los sistemas educacionales que tenemos. Más parecen una maquinaria para generar mano de obra medianamente calificada —y por lo tanto muy barata— que una formación humanística y científica para transformar el mundo.
En América Latina los sujetos (invisibles y desde muy atrás del más atrás) que generan estas crisis recrean de diversas formas los procesos de colonización impuestos desde hace cinco centurias. Ese monstruo es el que maneja a su sabor y antojo a las personas que convierten en marionetas para que, disfrazadas de políticos, mantengan el statu quo de las sociedades. Se trata de ese estado inmóvil como las miasmas en el centro de un pantano. No va ni para un lado ni para otro. Así, con un tronar de dedos, las colocan en los escenarios que mejor les convengan.
[frasepzp1]
A manera de ejemplo véase cómo individuos autodenominados líderes o lideresas que meses atrás gritaban oprobios en contra del candidato presidencial Bernardo Arévalo y de la candidata vicepresidencial Karin Herrera, ahora empujan, patean, escupen y muerden con tal de tomarse un autorretrato (selfie) a la par de ellos. Y no son pocos quienes, de la manera más descarada que se pueda imaginar, se proclaman ungidos del nuevo gobierno para continuar con un pseudo liderazgo que quizá nunca tuvieron. No lo hacen motu proprio, sucede que, los neocolonizadores, los convirtieron en sus esclavos de mente y de conciencia.
Se colige entonces la urgente necesidad de establecer una educación política para que nuestras sociedades aprendan a ser más justas, más libres y más humanas. Esa educación que pondere la vinculación de la ética con el quehacer partidista ha de ser, cuando menos, en los siguientes niveles (los primeros dos a trabajarlos de manera urgente y el tercero a largo plazo): el estrato dirigencial, el segmento de los activistas de verdaderos partidos políticos, y de manera indispensable, un eje a lo largo de toda la educación formal que forje conciencias firmes en niños, adolescentes y jóvenes. Este eje habrá de propiciar las plataformas para que las futuras y los futuros ciudadanos, desde las aulas, se sumerjan en las acciones transformadoras de sí, de los suyos y de la sociedad (ciencia y conciencia).
La vinculación de la ética con la política nos permitirá, como pueblos hermanos que somos en este país llamado Guatemala, mantenernos organizados. Nuestras diferencias sociales, religiosas, cosmovisionarias y hasta ideológicas, lejos de ser una amenaza, se convertirán en una fortaleza que nos permita caminar en busca del verdadero progreso, para todos. Porque es inconcebible que en las regiones donde hay más riqueza en el subsuelo como la Franja Transversal del Norte (petróleo) y la Sierra de las Minas (tierras raras) estén asentados los polos de mayor pobreza de la población guatemalteca.
Ética y política, fórmula para hacerle frente a las marismas de la neocolonización y salir del empantanamiento en que estamos. Urge.
Más de este autor