Después de aquel encuentro y la consolidación de una relación sentimental, Asturias regresa a Guatemala en 1950 para formalizar el divorcio con Clemencia Amado y empezar a organizar una existencia que involucraría a una mujer culta y extranjera y dos hijos del matrimonio que se disolvía. Son varias las negociaciones entre la nueva pareja al tenor de las cartas. Se evidencia un ejercicio de paciencia y de reflexión, pero sobre todo el convencimiento de un futuro común.
Así, las memorias de Blanca Mora y Araujo nos presentan la concretización de aquel futuro, el cual se bifurca desde distintas coordenadas geográficas, en la compañía de un glosario de nombres que marcaron la cultura global de los años cincuenta y sesenta del siglo XX. Repasar estas memorias y las cartas de Asturias significa acercarse con asombro a la red de escritoras y escritores, artistas e intelectuales en general, que lo acompañaron en encuentros, conferencias, discusiones, presentaciones de libros y también en la premiación del Nobel de Literatura.
Sería largo relatar las experiencias que narra Blanca Mora y Araujo, en un ejercicio selectivo, pues se trata de la construcción de una memoria. Seguramente habrá omisiones, tachaduras. Me detengo en tres pasajes que me parecen singulares.
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El primero, que más bien resulta en un rasgo recurrente que atraviesa la modelación de Asturias, se refiere a la profunda relación afectiva con París. Blanca Mora y Araujo entrelaza las confesiones que el escritor compartió sobre su llegada un 13 de julio de 1920 –un día antes de la celebración de la toma de la Bastilla– con las propias experiencias vividas por la pareja durante la etapa de embajador de Guatemala en Francia. París significa para Asturias una primera e intensa etapa de formación, rodeado de un fervor artístico polifacético en plena juventud, pero también un mundo al que se entraba con timidez «Llegó el día de la apertura de los cursos en La Sorbona. Miguel Ángel me contó que le costó mucho encontrar la sala donde se dictaban las conferencias. Imagino que para él fue muy difícil dadas las características de timidez de su carácter» (69). Llegar a una ciudad lejana y además legitimada desde los poderes culturales globales implica, como bien describe Blanca Mora y Araujo, un ejercicio arduo de auto referencialidad en el espacio. Se trata de armar la propia cartografía para moverse en nuevas claves espaciales y afectivas. La localización de aquella sala –su visita constante en los siguientes meses– significaría para el estudiante guatemalteco entrar en contacto con el profesor Georges Raynaud, y a la postre, la escritura de su primer libro, Leyendas de Guatemala.
El segundo fragmento se refiere a la visita de Asturias a Rumania en junio de 1961 que obedece, sobre todo, a cuestiones de salud. Asturias alterna encuentros con traductores y escritores rumanos, visitas puntuales a lugares emblemáticos de la geografía rumana y una cura de salud en el Hospital Fundem. Es allí, donde Blanca Mora y Araujo recuerda la presencia del entonces jovencísimo Mario Payeras: «Era guatemalteco y estaba exiliado en Rumania cuando llegamos nosotros allí. Mario vivía en la contemplación de Miguel Ángel, dormía al lado de su cama, lo cuidaba» (206). Después de esta narración, ella transcribe dos sonetos que Mario Payeras dedicara a Asturias. Las segundas dos estrofas del primero dicen así:
No sé por qué recuerdo con tu acento
El naranjo, la tarde, lo que es mío
De esa honda inmensidad que tanto pesa;
Y el sentir que aunque tarde y aunque lento
He encontrado el principio del ovillo
Para hallar de lo eterno la promesa
Indudablemente en esos versos se impone el hilo conductor hacia una pertenencia, hilo que se desata al escuchar el acento del país de origen. Y el acento de la palabra trae el naranjo y la tarde y la propia y atormentada identidad. Ir al origen –al principio del ovillo– permite el gran hallazgo, la posibilidad de una promesa. Eso vislumbra el joven Payeras frente al escritor Asturias.
En 1973, bastante debilitado, Asturias visita Senegal, invitado por el escritor Léopold Sédar Senghor, quien como Asturias había estudiado en La Soborna, y como Asturias, provenía del Sur Global. Sédar Senghor había participado en París en la edición de la revista L´Étudiant noir en 1934, junto al poeta y político guayanés Léon-Gontran Damas y al intelectual y político martiniqués Aimé Césaire. Este último acuñaría en las páginas de aquel diario el concepto de negritud como un esfuerzo por definir una identidad cultural y social de origen africano-francés, legitimando una tradición negra que para los horizontes de expectativa de aquellos años carecía de valor. La visita a Senegal es una especie de despedida del mundo para Asturias. Allí se reencuentra también con quien había sido uno de sus mejores amigos, el profesor italiano Guiseppe Bellini. Precisamente en la compilación de cartas y textos efectuada por Patrizia Spinato, bajo el nombre «La experiencia italiana de Miguel Ángel Asturias», aparece un poema dedicado a Asturias con motivo de su muerte, por parte de Aimé Césaire. Me permito traducir un fragmento:
Miguel Ángel se sumergió en su piel humana
y reveló su piel de delfín
Miguel Ángel se despojó de su piel de delfín
y se transformó en un arco iris
Miguel Ángel se despojó de su piel de agua azul
Y reveló su piel de volcán
y se posó en la montaña siempre verde
en el horizonte de toda la humanidad
Se trata de una escritura póstuma, que resiste el silencio de la muerte y aspira a la transformación y permanencia del amigo con intensos referentes al mundo animal y a la naturaleza.
En estos días en que se conmemoran los cincuenta años de la muerte de Miguel Ángel Asturias, la lectura de las memorias de Blanca Mora y Araujo, bajo el sello de Editorial Cultura, permite al lector y a la lectora acercarse a fragmentos emblemáticos y también curiosos de la vida del escritor guatemalteco. A través del recuerdo y la transcripción de textos, Blanca Mora y Araujo permite que sigamos a Asturias en rutas, encuentros y desencuentros. Que constatemos sus logros y limitaciones. Que podamos atisbar distancias y regresos. En cuanto a esto último, su mayor regreso a Guatemala fue la escritura porque como indica Blanca Mora y Araujo, Asturias tomaba la pluma «cuando sentía que le estaría vedado volver a casa». Escribir contra la prohibición, escribir siguiendo aquel hilo conductor de la pertenencia, que poetizó Payeras.
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