Guatemala celebró el triunfo de la democracia y de la voluntad popular. Pero la fiesta terminó, y ahora toca trabajar y enfrentar desafíos enormes.
La celebración fue justa y merecida. Así como la felicitación para el presidente Bernardo Arévalo, para la vicepresidenta Karin Herrera, las y los diputados de la bancada Semilla y el resto de su equipo. Bien por ellas y ellos, ¡enhorabuena! Esto contrasta con la cobardía de Alejandro ...
La celebración fue justa y merecida. Así como la felicitación para el presidente Bernardo Arévalo, para la vicepresidenta Karin Herrera, las y los diputados de la bancada Semilla y el resto de su equipo. Bien por ellas y ellos, ¡enhorabuena! Esto contrasta con la cobardía de Alejandro Giammattei, quien no tuvo el valor de dar la cara y presentarse a la sesión solemne para entregarle la presidencia a Arévalo, porque, seguramente, no quería que le gritaran a coro que terminó siendo reconocido como un hijoeputa más.
Pero en Guatemala debemos pasar la página, ya que los desafíos y las necesidades de la gran mayoría de la población, son ingentes y exigen atención urgente. Por ello, sobre el presidente Arévalo y a su administración recae ya el enorme peso de las expectativas de la ciudadanía y su electorado por resultados. A las y los guatemaltecos que están sufriendo la pobreza y la exclusión, no les interesan las maniobras parlamentarias con las que el domingo pasado Semilla logró recuperar su condición de bancada y cómo ganaron la presidencia de la junta directiva del Congreso. Les urgen atención gratuita de salud, que las escuelas funcionen y proporcionen educación gratuita, seguridad, infraestructura y el respeto y garantía a otros derechos fundamentales, mediante bienes y servicios públicos.
Lo malo es que eso se dice fácil, especialmente durante la campaña electoral, pero es extraordinariamente difícil. El domingo pasado logramos que se largara Giammattei, Miguelito y muchos de los diputados al servicio del pacto de corruptos, pero la realidad es que la mayoría de corruptos, diputados, alcaldes, jueces, Consuelo Porras, la nefasta fiscal general y jefa del Ministerio Público, el fiscal Curruchiche, directores, jefes de unidades financieras o de compras, siguen en sus puestos. Miles de burócratas, funcionarios y dignatarios corruptos que no se han ido, y que, en muchos casos, costará removerlos de los cargos en los que permanecen enquistados.
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A Arévalo y su administración le acecha el peso desgastante del día a día. Es tan difícil romper la inercia del aparato estatal, que los 1,461 días del gobierno de Arévalo pueda que se les escabullan de las manos. Los problemas que enfrenta el nuevo gobierno son de magnitud estructural y no es realista esperar que logrará resolverlos en cuatro años. Es decir, no es realista esperar que logren limpiar de corruptos a la administración pública, o asegurar que en su gobierno no se perpetrarán actos de corrupción. Por supuesto, lo importante es que el liderazgo del gobierno no continúe siendo parte del problema y a fuerza de honestidad y probidad, por lo menos, empezar el proceso de sanear a las entidades del Estado.
Pero, además, Arévalo y su equipo tomaron control del Organismo Ejecutivo, y en coalición con otras fuerzas políticas, también del Legislativo. Pero, no del Organismo Judicial, y de otras entidades del sistema de administración de justicia, de manera aguda, del Ministerio Público. Así que, no solo no es realista esperar que en un gobierno se resuelvan problemas estructurales como la corrupción, sino que deberán gobernar con la mayoría del poder judicial capturado y bajo control de mafias y corruptos.
Entonces, luego de que celebramos con Bernardo Arévalo y su equipo, ahora toca exigirles, con toda legitimidad, que se pongan a trabajar y que logren resultados. Exigir como una forma de apoyo ciudadano, sabiendo que no es fácil y que toma tiempo.
Supimos demostrar ciudadanía para derrotar los corruptos, hagámoslo también con el gobierno en el que depositamos esperanza y confianza.
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