Este aniversario me remite a la entrevista que Félix Alvarado ofrece al director de este medio, Francisco Rodríguez, sobre el «periodismo de opinión» o columnas de opinión, con ocasión de su partida como columnista, luego de que aceptara un puesto en el gobierno de Bernardo Arévalo y Karin Herrera. A la par de la labor investigativa de la Plaza Pública, sus valientes, talentosos y talentosas columnistas a lo largo de estos 13 años también han fungido como caja de resonancia en los momentos más críticos del acontecer nacional, pues me parece que han elaborado, como Alvarado indica, «un ejercicio de reflexión desde la postura personal pero sobre el respeto a los datos, a la información objetiva y sometido […] a los estándares éticos y técnicos que pudieran estar vigentes».
Grandes plumas han pasado por aquí, dejando fecundas huellas, incluyendo la suya y la de otras lumbreras y voces frescas como las de Carlos Mendoza, Karen Ponciano, Gabriela Carrera, Karin Slowing, Tomas Rosada, Juan Pensamiento, Karina García-Ruano, Enrique Naveda, Juan Alberto Fuentes, Fernando Carrera, Jonathan Menkos, Juan Carlos Llorca+, Edelberto Torres-Rivas+, Lucrecia Hernández Mack+, quienes si bien ya no escriben aquí, han dejado registro de un acervo intelectual y una ruta para ir trazando una sociedad no solo más democrática, sino más equitativa. No es de extrañar entonces que algunos de ellos (Mendoza, Slowing, Menkos, y ahora Alvarado), formen parte del liderazgo de esta nueva administración para continuar plasmando sus ideas en acciones concretas desde sus disciplinas para la reconstrucción de Guatemala.
Cuando le propuse a Martín Rodríguez escribir una columna desde mi experiencia como inmigrante en la diáspora –oportunidad que luego renovaron Enrique y Francisco con sus respectivos equipos—, no imaginé que seguiría escribiendo continuamente por 13 años. No lo hago semanalmente como otros por responsabilidades de trabajo que consumen todo mi tiempo, pero sí lo he hecho permanentemente motivada por un mismo objetivo y pasión: opinar sobre democracia participativa donde la ciudadanía es la principal protagonista. El mismo patrón puede aburrir, pero es que en mi país de origen y en mi nuevo hogar la sobrevivencia de ambas dimensiones está en perpetuo riesgo, con retrocesos, adelantos y crisis recurrentes.
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Reviso mis columnas y efectivamente observo ese mismo hilo conductor, casi como una obsesión, porque es mucho lo que está en juego. Cuando empecé a escribir en 2011, Álvaro Colom y Barak Obama eran presidentes de sus respectivos países, y pocos imaginábamos que en cuestión de más o menos cinco años, las democracias tanto en Guatemala como en EE. UU. sufrirían un revirón con personajes burdos e inescrupulosos como Jimmy Morales, Alejandro Giammattei y Donald Trump, políticos cortados con el mismo molde, prestos a servir intereses oscuros y corporativos.
Si en 2020 los estadounidenses revirtieron el rumbo votando por Joe Biden, y tres años después, la misma suerte corrió Guatemala eligiendo al nuevo Partido Semilla con Arévalo al frente, abriendo posibilidades esperanzadoras en ambos países para asegurar la viabilidad democrática, lo mismo no se puede decir en el 2024, cuando uno mira al vecino El Salvador, o el resurgimiento autoritario que Trump alienta en Estados Unidos, y el declive democrático en otras partes del mundo.
La democracia no es un destino final, sino una senda. Me temo que muchos seguiremos escribiendo un poco más de lo mismo para seguir resguardando con empeño lo más preciado en nuestras sociedades, ya sea como colectivos o como individuos: nuestra libertad. En esa senda, agradezco a Plaza Pública seguirme acogiendo en su casa, deseándoles una larga vida en pos de la verdad y la libertad.
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