Su cuerpo fue encontrado tres días más tarde por un electricista que debía realizar algunas reparaciones. Junto al cadáver, el parte policial da cuenta de que se encontraron una nota de suicidio («es mejor quemarse que desvanecerse» decía la carta que tenía como destinatario a Bodha un amigo imaginario inventado durante su niñez), un kit completo para consumir heroína, un paquete de cigarrillos, anteojos obscuros y una escopeta. El FBI hizo públicas las imágenes de la escena del crimen en 2021.
Era el final de una senda de autodestrucción, descrita en películas como The Last Days (2005) de Gus Van Sant, o Montage of Heck (2015) de Bret Morgen, que relatan la vida de un tipo tan lleno de luces y sombras como cualquier otro ser humano.
Sin embargo, nada puede resultar tan preciso como el relato de David Grohl en The Story Teller, Tales of Life and Music (2021), que describe los años en Seattle, compartiendo casa y pobreza con Cobain antes de la llegada del éxito, y cómo el vértigo, la fama y la riqueza, los arrastró, especialmente a un Cobain inmerso en una espiral depresiva, agravada por el consumo de heroína. Sobre esto, tanto Grohl como Krist Novoselic coinciden en sus relatos, y señalan como un punto de inflexión la publicación de Nevermind (1991), Cobain no volvería a ser el mismo y empezó a aislarse.
Han pasado tres décadas desde estos sucesos. El grunge ha pasado y sobrevivido, por partes iguales, y el legado de Cobain se ha alargado en estos años a través del enorme éxito de David Grohl. Exactamente 30 años después, mi esposa me entrega un ejemplar de Life, con una edición especial sobre Kurt Cobain. 30 years later, what he and Nirvana left behind, dice la portada.
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Mis manos repasan la textura de la revista, invocando recuerdos que celebro como una rareza en un mundo digitalizado. Aún tiene fresco el olor de la imprenta. La abro, y tropiezo con múltiples imágenes en blanco y negro de conciertos, una foto de ficha policial, y algunas de las frases que hicieron de Cobain un ícono, como la carta abierta a los fans de Nirvana en la que deja muy claro su pensamiento: «si alguno de ustedes, en alguna forma odia a los homosexuales, gente de un color diferente, o a las mujeres… por favor, no vengan a nuestros conciertos ni compren nuestros álbumes».
La lectura del ejemplar de Life es rica en referencias a la influencia de una figura odiada o incomprendida por igual: Courtney Love. Hablan también sobre el discreto coqueteo con la fama de su hija Francis Bean Cobain, y cubre anécdotas como el origen del nombre de una de sus canciones más famosas de la banda: Kathleen Hanna, vocalista de Bikini Kill, escribiendo borracha con un sharpie en una las paredes de la casa de Cobain, Kurt smells like a teen spirit…
No obstante, el legado de Nirvana y de Cobain pueden ser mejor explicados desde la atemporalidad que ha adquirido su obra, incluyendo la mítica presentación en el Unplugged de MTV de 1993, por mucho, uno de los mejores conciertos de esa serie.
Al terminar estas líneas escucho el soundtrack de Montage of Heck, con una versión enormemente triste de And I love her, de los Beatles. Me quedo pensando en aquello de la atemporalidad, atributo que hasta ahora solo podía relacionar con The Cure.
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