Este resultado coloca a Bernardo Arévalo prácticamente al mismo nivel que Sandra Torres. Lo que seguramente motivará una mueca burlona en los detractores de Arévalo y enojo en sus seguidores. Quizá para el resto, la gran mayoría, profundizará la preocupación, la desesperanza y el peligroso convencimiento de que la democracia no sirve para nada, y al mismo tiempo continuará alimentando la insensata preferencia por las dictaduras. Tal como la adoración ciega a Bukele y a los caudillos que ofrezcan resultados a fuerza de un pragmatismo inescrupuloso.
Se puede cuestionar la neutralidad de la encuesta, que si la pagaron empresarios o tal o cual facción política o ideológica. Sin embargo, guste o no, sus resultados reflejan con fidelidad cualquier conversación callejera o de círculos familiares o laborales. En este caso, atacar la encuesta puede que esté más cerca de la necedad de matar al mensajero porque el mensaje es desagradable.
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En varias ocasiones en este espacio he llamado a la reflexión madura de las autoridades gubernamentales actuales en cuanto a la temprana, aguda y acelerada pérdida de apoyo ciudadano. He advertido la peligrosa falta de autocrítica, versus los consuetudinarios aduladores que rodean a todo gobernante. El desastre calamitoso de la comunicación social, cuyo principal resultado ha sido consolidar una percepción extremadamente negativa del presidente y su gobierno, marginando los logros que ha alcanzado —porque los tiene—, y mostrando una incapacidad para relacionarse con la prensa crítica o para comunicar de manera estratégica. Esta falencia coloca a Arévalo en el lado perdedor de la guerra política.
Pero, sobre todo, la descomunal incapacidad de las autoridades del Ministerio de Comunicaciones, Infraestructura y Vivienda para reparar las carreteras, lo que ha minado de manera aguda y acelerada el apoyo ciudadano.
Y es que no se trata solo de carreteras. El incremento presupuestario a los Consejos Departamentales de Desarrollo —imposible de ejecutar oportunamente—, a pesar de haber sido advertido por diversas voces, ha derivado en un conflicto abierto con alcaldes y diputados distritales, una crisis política que, en realidad, no sorprende. La molestia ciudadana se está intensificando debido al impacto negativo del aumento de los precios y el crecimiento de la violencia criminal.
Prácticamente ya a la mitad de su período presidencial, la situación de la pérdida de apoyo ciudadano debe considerarse grave, pero no catastrófica o final. Con todo, el presidente Arévalo y su equipo están a tiempo para evaluarse con sentido autocrítico, y emprender cambios y acciones correctivas. Una primera acción urgente es adoptar una postura mucho más enérgica de rechazo frente a las amenazas y chantajes de alcaldes y diputados, comenzando idealmente con el veto del Decreto 7-2025. Deben considerarse muy seriamente cambios en el gabinete, especialmente en las autoridades de las entidades que siguen demostrando incapacidad para ejecutar sus asignaciones presupuestarias y, muy importante, apoyar a los funcionarios que están haciendo bien su trabajo, y no solamente a quienes son amigos o correligionarios partidarios. El cambio en la comunicación social es imperativo, y no hacerlo sería prácticamente suicida.
Arévalo y su equipo deben asumir que la honestidad es condición necesaria, pero no suficiente. Deben demostrar efectividad con resultados y posturas enérgicas, fuertes y coherentes con sus principios y postulados políticos.
Esto no por una simpatía política partidaria con Arévalo o Semilla, sino porque el fracaso de un gobierno democrático y honesto es costoso en muchos sentidos. El fracaso de Arévalo sería el fracaso del esfuerzo democrático guatemalteco, y la antesala a una nueva dictadura populista e hipercorrupta.
Están a tiempo, pero quizá es la última llamada, incluso, ya tardía.
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