Michael Schwirtz y Qasim Nauman de The New York Times en Español noticiaron el 10 de septiembre de 2025 a las 13:02 ET.: «Fue la primera vez en la historia de la OTAN que cazas de la alianza atacaron objetivos enemigos en espacio aéreo aliado, dijeron las autoridades. La incursión de drones llevó al gobierno de Polonia a invocar el Artículo 4 del tratado de la OTAN, un mecanismo raramente utilizado que se activa cuando un miembro se ve amenazado y que da lugar a un debate formal en el seno de la alianza»[1].
Los términos «cazas de la alianza atacaron objetivos enemigos en espacio aéreo aliado […] incursión de drones llevó al gobierno de Polonia a invocar el Artículo 4 del tratado de la OTAN […] mecanismo raramente utilizado que se activa cuando un miembro se ve amenazado […]» no pueden menos que activar nuestra memoria histórica y hacernos recordar que a nosotros, los seres humanos, nos gusta ponernos al borde de la extinción cada cien años. Como acompañante casi siempre, impasible y devastadora, una pandemia.
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El 7 de marzo de 2025 escribí: «Entre 1815 y 1820 Europa sufrió dos grandes secuelas que obligaron a sus Estados a considerar una gran migración. La primera devino de la devastación provocada por las guerras napoleónicas, y la segunda, por los efectos del estallido del volcán Tambora, que produjo la mayor erupción conocida en la contemporaneidad». Y «Cien años más tarde sucedió la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Tuvo varias causas de índole diversa. La gota que rebalsó el vaso fue el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria que tenía derecho al trono austrohúngaro. En el substrato yacía la rivalidad entre las potencias imperiales europeas (muchos de sus líderes eran familiares), las competencias económicas y coloniales más allá de las fronteras del Viejo Continente, los extremismos nacionalistas y las diferencias étnicas con sus conflictos y efectos»[2].
Durante las guerras napoleónicas hubo muchos casos de viruela que disminuyeron gracias al descubrimiento de la vacuna antivariólica por el Dr. Edward Jenner y por los experimentos de inoculación del Dr. Luis Felipe Flores (guatemalteco) que fructificaron en Europa (1796). Una centuria después, la pandemia de influenza que inició en 1918 mató a más personas que la recién concluida gran guerra (unos 50 millones de fallecidos a causa de la acometida del virus AH1N1). Y el 30 de enero del año 2020 se declaró como tal la pandemia de Covid-19 que mató cerca de 15 millones de personas en el mundo.
Así vamos, de cien en cien años: guerra-epidemia, epidemia-guerra y guerra-epidemia como una iterativo sonsonete del mal que bien podríamos prevenir y hacerle frente.
El 24 de mayo del año 2015, con motivo de la Solemnidad de Pentecostés, en el tercer año de su Pontificado, el papa Francisco publicó la Carta Encíclica Laudato Si’ que versa acerca del cuidado de la casa común. En el numeral uno se recuerda que «[…] es también como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos». Y el numeral dos advierte: «Esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla»[3].
Y pasados diez años, otra vez: La rivalidad entre las potencias mundiales (muchos de sus líderes creyéndose los amos de todo el mundo), las competencias económicas y colonialistas, los extremismos nacionalistas y las diferencias étnicas con sus conflictos y efectos, aunados al expolio de la madre Tierra y al abuso de los bienes que Dios nos ha dado (incluido el conocimiento científico y el uso de los productos tecnológicos), están haciendo sonar tambores de guerra en las puertas de nuestra casa común.
A diferencia de doscientos y cien años atrás, los médicos estamos convencidos de que una conflagración mundial –que ahora llamaría al uso bélico de la energía atómica– no dejaría piante ni mamante para considerar siquiera la continuidad de la especie humana. Esa fue una de las razones de mi angustia. No es para menos la invasión de un espacio aéreo de un país de la OTAN (o de otro Estado), el derribo consecuente de las naves enemigas y las reacciones posteriores de unos y otros. Me refiero a más de lo ya sucedido en Oriente Medio y Oriente Próximo que sigue mostrándose como la más corrosiva presencia de todo lo opuesto al bien.
Quizás sea el momento para que nosotros, los seres humanos que no tenemos voz ni voto en el concierto de las naciones, reflexionemos el contenido de la oración final de Laudato Si’: «Señor Uno y Trino, comunidad preciosa de amor infinito, enséñanos a contemplarte en la belleza del universo, donde todo nos habla de ti. Despierta nuestra alabanza y nuestra gratitud por cada ser que has creado. Danos la gracia de sentirnos íntimamente unidos con todo lo que existe». Y sin descontextualizarnos del más acá pensando en el más allá, encarnar que es indispensable en nuestro día a día combinar fe, oración y acción para hacer de este mundo un lugar más habitable. No pocas veces un gran conflicto comienza por un pequeño malentendido.
Entendamos por favor, se trata de nuestra casa común.
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[1] https://www.nytimes.com/es/2025/09/10/espanol/mundo/polonia-rusia-drones...
[2] https://www.plazapublica.com.gt/opinion/de-cien-en-cien-anos
[3] https://www.oas.org/es/sg/casacomun/docs/papa-francesco-enciclica-laudat...
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