Para entender lo que sucede con la seguridad alimentaria del pueblo y el encarecimiento de la dieta alimenticia, bien vale reflexionar en torno a la realidad del campesino guatemalteco. Además, sobre la soledad en la que se encuentran diversos proyectos que, aisladamente, intentan darle apoyo. Estos no tienen éxito frente a la marea de lucro y negocios adversos —y quizás perversos— que circundan la descomposición del modelo campesino guatemalteco.
Resulta ser que uno de los grandes problemas del productor, aquí y en Timbuktu, tiene que ver con la venta de la cosecha, usualmente perecedera, y la explotación a la que se encuentra atado el productor por compradores, acopiadores y demás, principalmente cuando no hay redes ni canales de asociatividad bien constituídos.
Recordemos que en las sociedades agrícolas los efectos directos e indirectos del crecimiento son los que inciden en la reducción de la pobreza. Expertos como el norteamericano John Mellor, quien asesora incontables proyectos de USAID en los países en desarrollo, insisten en el fortalecimiento de la inversión pública, la asociatividad y las políticas de intervención directa, que circundan la realidad de la producción y la transformación de productos de la madre tierra.
El productor agropecuario guatemalteco se enfrenta, por ejemplo, al ambiente de liberalización y tratados de libre comercio. Para ello se debe aprovechar la fuerza de estos para institucionalizar el mejoramiento constante de la infraestructura física, y a la vez la creación y afianzamiento de instituciones que conllevan reducciones constantes e importantes de costos, a través de los cambios tecnológicos; es decir, las prácticas culturales de los productores.
Se trata así de cambios estructurales en donde los gabinetes económicos y la calidad de la política fiscal y de gasto resultan ser fundamentales. Además, los alcaldes, según el propio Código Municipal, deben hacer funcionar las denominadas comisiones de Fomento Económico, Recursos Naturales y Turismo, que comprenden dentro de las mismas importantes oficinas de Ambiente y Cambio Climático.
La nueva visión, incluso de los expertos norteamericanos que asesoran proyectos de cooperación técnica internacional para Guatemala, está centrada en el incremento del acervo de lo que suele denominarse en la jerga técnica como bienes públicos. En tal sentido, todas esas visiones obtusas de construir infraestructura tan solo por el lado de tarifas pagadas está fuera del contexto, tanto de los productores rurales, como de la economía popular.
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De acuerdo con los expertos el ingreso de los pobres es primordialmente derivado de las actividades no agrícolas en estos momentos. Sin embargo, en el plano alimentario y en regiones esencialmente agrícolas, como es el caso de Almolonga, por ejemplo, la agricultura es la fuente de demanda de los bienes y servicios producidos en otros sectores no agrícolas. Se debe entonces apoyar de manera directa e inteligente a las regiones agropecuarias guatemaltecas. Ello conlleva, en estos momentos, estudiar y detectar bien tanto los insumos como el comercio y la distribución que engloban la ansiada ganancia del productor campesino.
Resulta importante entonces acudir al estudio y tratamiento de la llamada pequeña propiedad agrícola, que plantea una gran oportunidad para el abatimiento de la pobreza. El reto consiste en organizarla adecuadamente para la competitividad internacional, porque el impacto positivo aquí es mucho mayor que en lo relacionado con la gran propiedad agrícola de plantaciones, que se viene ampliando en los modelos del azúcar, la palma y a futuro en el modelo aguacatero con las ansias del acceso al mercado del hotdog y el Superbowl hacia los Estados Unidos —al estilo del modelo michoacano—.
En el caso específico de la horticultura, esta visión, «a la Mellor», —que no contradice los tratados de libre comercio y la modernización, ni las alianzas público-privadas vinculadas a la producción y realización del producto agrícola— requiere de inversiones abundantes en tecnología, a efectos de apoyar al productor a irse especializando en algunos cultivos importantes, y no estar transitando, por azar, en diversos nichos de mercado. Requiere entonces de buenas señales de hacia dónde dirigirse en materia de alimentación de la gente, aquí y en el exterior.
Hay entonces propuestas fundamentales como las siguientes:
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Ampliación del acervo de infraestructura física (caminos de acceso, drenajes sanitarios, sistemas de irrigación, tratamiento de aguas, tratamiento de desechos sólidos, etcétera).
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Ampliación del acervo de investigación para el mejoramiento productivo agrícola
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Mejoramiento de los procesos educativos para el manejo de las nuevas tecnologías
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Promoción del mercado de exportación, pero sin contratos predatorios; es decir, promoviendo la rentabilidad del productor en la comercialización de su producto, eliminando el coyotaje.
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Situación de actividades de apoyo como el financiamiento y el seguro agrícola
Hay entonces un camino de oportunidades, pero con planificación y apoyo. Por ejemplo, la irrigación en temporadas secas resulta ser un tema fundamental, dado el corto ciclo de siembra-cosecha de la mayoría de legumbres. El factor energético es fundamental. Una región como Almolonga-Zunil debiera tener adecuados proyectos vinculados a la energía geotérmica y la eficiencia energética, dadas las ventajas comparativas del lugar, con buen clima de producción agrícola y fuentes energéticas envidiables.
Valgan aquí algunas reflexiones para ver adecuadamente ¿en dónde está la abeja reina de los problemas?, y no en sus llagas periféricas.
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