El proceso electoral ha tenido fallas y complicaciones, mas de ahí a vociferar fraude hay mares y cielos de distancia. Si bien muchas de las dificultades pueden ser achacables directamente al TSE, otras muchas son responsabilidad de organizaciones políticas que hasta el último minuto quisieron hacer participar a candidatos anticipadamente descalificados moral y legalmente. A todos ellos el gobernante les hizo upas, interesado en salir ganador del caos provocado.
Con su capital en Jerusalén, y teniendo por dios al dinero obtenido ilegalmente del erario público, los discípulos de Netanyahu se desesperan al notar que día tras día se aproximan al momento en el que, desprovistos de inmunidad, deberán enfrentar una justicia que, aunque debilitada por ellos mismos, es aún una seria amenaza.
El gobernante no ha dicho nada (mucho menos ha hecho nada) para darles protección a los fiscales que han denunciado amenazas. Cruzado de brazos, se imagina que todas las ilegalidades cometidas por él, sus ministros y sus aliados durante el proceso electoral quedarán impunes. De más estuvo el despilfarro de recursos públicos para comprar voluntades, como de más estuvo el intento de boicot que sus hordas paramilitares intentaron hacer contra el proceso electoral. La población votó y lo condenó al ostracismo, con lo cual quedaron abiertas las puertas al riesgo inminente de enfrentar, sin protección ilegal, a los órganos de justicia.
El prolongado narcoalmuerzo con el ahora detenido en el extranjero Mario Estrada se les atraganta y los indigesta. Porque al final de cuentas no pasó de un simple pollo con loroco y no se concretó la estrategia criminal diseñada. Consiguieron eliminar, ilegalmente, a una contrincante, pero se les interpusieron otros más en el supuestamente expedito camino a la impunidad. Sus aliados de ocasión comenzaron a tomar distancia aun antes de que la primera fase del proceso electoral concluyera.
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A pesar del boicot de los grandes medios de comunicación al proceso electoral y, en consecuencia, a la construcción de la democracia, los partidos pequeños consiguieron resultados significativos e impidieron que el Ejecutivo y el Legislativo cayeran en manos de los delincuentes de la política. Más de las dos terceras partes de las curules serán ocupadas por diputados jóvenes que inician su carrera legislativa. Es de esperar que con sensatez alejen soberbios individualismos y sean capaces de impulsar una agenda legislativa basada en la negociación política transparente, y no en el espurio intercambio de favores.
La conflictividad poselectoral veía venirse. El Gobierno y sus aliados estimularon cacicazgos y en ciudades fronterizas abrieron de par en par las puertas al tráfico ilegal de estupefacientes y de personas. Si la UCN puede ser considerada un narcopartido dadas las acusaciones contra su principal líder y propietario, el gobernante, con su tácita alianza con él y con los otros caciques fronterizos, asume sin vergüenza la condición de narcogobernante. Nada de eso ha sido ventilado, mucho menos aclarado, en el proceso electoral, pero es de suponer que, pasada la pasión en la lucha por el poder, estas cuestiones cobren de nuevo su real dimensión y el país recobre el camino de la decencia y la responsabilidad.
Analizados fríamente los resultados, cuestionados estridente e irresponsablemente por quienes negocian y sobreviven del conflicto, es fácil afirmar que muy poco hemos ganado y avanzado en la construcción de una sociedad y un Estado democráticos. Sin embargo, es fácil descubrir que estamos logrando superar el agujero negro con el que nos amenazaba el posible hegemonismo del grupo gobernante.
Con las opciones que se nos presentaron, en las condiciones en las que lo hicieron, era imposible suponer que estábamos frente a la posibilidad de un cambio social y político que dignificara a los que por décadas han sufrido el desprecio y la humillación. Pero, evidentemente, derrotar el Pacto de Corruptos en la arena política (aunque no se haya logrado totalmente) nos abre las puertas a un futuro más digno y esperanzador para todos.
Todo es cuestión de no dejarnos engañar por cantos de sirenas, como también de no dejarnos llevar por irresponsables cuestionamientos que, sin pruebas fehacientes, quieren llevarnos al caos político y social, del que solo podrían salir gananciosos los que en estos cuatro años han desvencijado nuestra escasa y raquítica institucionalidad.
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