Recién había tomado yo posesión del centro de salud de San Juan Chamelco a título de estudiante de Medicina en ejercicio profesional supervisado. En realidad, era ya un médico formado devolviendo a la sociedad, en mínima parte, lo que esa colectividad me había proporcionado para formarme como tal.
Ese día abordé el bus que de Cobán me llevaría a Chamelco. El piloto resultó ser un conocido de cierto tiempo atrás. Nadie más iba en el vehículo. Unas cuadras adelante se subió un hombre mayor que yo, moreno, de cabello rizado y con una enorme sonrisa que contrastaba con la adustez de su rostro. Sin embargo, su mirada era transparente y profunda. El piloto me dijo que se trataba del nuevo cura del lugar. Minutos más tarde se sumó otro pasajero. Aparentaba una edad similar a la mía. Llamaba la atención por su manera de vestir (pantalón acampanado y pelo largo). Era muy respetuoso en su hablar y al hacerlo transmitía esa paz que solo comunica quien está lleno de bondad. El conductor me contó entonces que se trataba del pastor evangélico.
¿Quién empezó la plática? No lo recuerdo. Diez minutos después estábamos en amena charla. Los tres éramos jóvenes y en estreno de nuestros quehaceres. Fue el piloto quien incentivó el diálogo. Con sendos ademanes nos señaló diciendo: «El médico, el cura y el pastor». Se refería al orden en que habíamos abordado el vehículo.
El sacerdote era Raúl Soria Wilhelm, recién ordenado presbítero por monseñor Juan Gerardi Conedera; el pastor, don Gregorio Bin, recién venido de Costa Rica y quien allá había concluido sus estudios de teología; y yo, el EPS de medicina (como nos llamaban). Y esa tarde iniciamos una amistad indisoluble, no obstante el paso hacia otro plano de vida de nuestro buen amigo Raúl. Falleció a los 65 años de edad el 23 de noviembre del año 2010.
Nunca tuvieron los pastores un desencuentro ni intentaron propiciar un sincretismo de doctrinas propias. En sus diálogos, tan enriquecedores para mí, procuraban el entendimiento no solo entre ellos, sino también con la extraordinaria manera de interpretar el universo del mundo q’eqchi’. Y un día caí en la cuenta de que esa práctica era precisamente el diálogo interreligioso. Porque, a diferencia del ecumenismo, que fomentaba la unidad entre los cristianos, aquel trasvase de conocimientos y sentires propiciaba una edificante confianza entre los partícipes de otros credos y nosotros.
En aquella época no dejamos de llamar a escándalo en ciertos círculos conservadores. Muy particularmente cuando el pastor le prestaba al cura sus aparatos de sonido para mejor celebrar sus actos litúrgicos, cuando el cura le prestaba su moto al pastor para poder llegar hasta los lugares adonde se podía entrar en aquel vehículo y cuando ambos me apoyaban en las campañas de vacunación y en las visitas a las aldeas para mejor desempeñarme en favor de los más desposeídos.
Hoy, Viernes Santo del año 2016, a 38 años de aquellos acontecimientos, interiorizo y reflexiono cuánto se adelantaron estos ministros religiosos, amigos míos, a la práctica de la ética global fomentada por el teólogo católico Hans Küng, a las enseñanzas de la teología social del teólogo protestante Jürgen Moltmann y a la experiencia de la teología de la esperanza de Johann Baptist Metz. Y creo que esa ejemplar asertividad bien podría ser un derrotero para sacarnos —a unos y a otros, los guatemaltecos encontrados y exasperados por nuestras vivencias de la posguerra— del atolladero en que permanecemos.
Felices Pascuas de Resurrección para quienes creen en ella y un abrazo fraternal para todos aquellos que, sin ser partícipes de algún credo, asumen el humanismo como un compromiso histórico.
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