No es solo extractivismo de riquezas. También es despojo de religiones, de espiritualidades, de creencias y de ritos propios de los pueblos colonizados. Y es que la base ideológica del colonialismo se asienta en el judeocristianismo. Por esa razón, el extractivismo religioso-espiritual se vuelve toral para la perpetuación de las instituciones religiosas, permanentes aliadas de la dominación y apropiación colonial.
Las crónicas coloniales documentan las grandes riquezas de la Iglesia católica consistentes en tierras, ingenios, plantaciones, limosnas y ventas de servicios religiosos y personales, lo cual no difiere de lo que hacen en la actualidad las Iglesias llamadas protestantes, que han erigido ostentosos templos e invertido grandes capitales offshore, así como en centros educativos e incluso en el narcotráfico. Sus líderes, asimismo, han incursionado en la política y se han constituido en parte del bloque de poder colonial.
Otros estudios a nivel latinoamericano demuestran que el rápido crecimiento de estas Iglesias se da mayormente en países colonizados, ignorantes y pobres. Y una estrategia que se ha practicado es la de despojo y de apropiación de contenidos filosóficos, éticos, morales y prácticos de las formas de espiritualidad ancestral para ocupar la mente y la conciencia de los dominados con los valores cristianos de dolor, pesar, sumisión, conformismo y enajenación de la vida terrenal.
Los principios del cristianismo no se concretan en la práctica por la separación intencionada entre lo que se dice y lo que se hace. La colonialidad religiosa atraviesa mentes y cuerpos para ponerse al servicio de los intereses materiales de las dirigencias religiosas y obviar la finalidad de las religiones, que es dar consuelo, respuestas ante lo desconocido, orientación en la vida terrenal y, sobre todo, liberación de las opresiones.
Haciendo en Almolonga mi tesis de Maestría en Antropología por la Universidad de París VIII y presenciando los servicios religiosos de una poderosa Iglesia evangélica del lugar, me llamó la atención la utilización del idioma materno en el discurso religioso dirigido a mujeres y del español en el dirigido a hombres. Al explicar el asunto de la resurrección de Jesús, utilizó como ejemplo el ciclo vital del maíz, que tiene que morir al ser sembrado y luego emerger como milpa —resucitar, según él—, tal como dice el Popol wuj.
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Años más tarde, en un congreso sobre el Popol wuj, participé en la misma mesa con el padre jesuita Ricardo Falla, quien relacionaba dicho documento con lo que decía la Biblia cristiana y con la concepción del dios antropocéntrico. No es así. Tuve que argumentar que la inculturación era el mecanismo usado por la Iglesia, que se valía de símbolos y de idiomas ancestrales para introducir los contenidos cristianos, y que ambas cosmovisiones tenían grandes diferencias en las concepciones de la divinidad, la muerte y la vida. Además, se ha vuelto frecuente que sacerdotes cristianos oficien misa en idiomas mayas y con vestimentas indígenas (igual que los políticos en campaña) y que algunos pastores protestantes operen como instrumentos de la inculturación.
El extractivismo religioso afecta la identidad y las luchas descolonizadoras. El cristianismo se ha extendido ampliamente en los pueblos, y ello tal vez no es del todo malo. El problema es que obligue a la persona a abandonar creencias, prácticas y fundamentos de su propia espiritualidad para volverla sumisa y obediente al sistema y a las autoridades impuestas por el colonialismo.
El colonialismo religioso coloniza espiritualmente. Y una expresión contemporánea de ello es la banalización de la espiritualidad maya, como la llaman algunos, de parte de muchos indígenas, que se han valido de la práctica cosmogónica de manera superficial para erigirse como tatas o nanas autonombrados, con lo cual reducen los portentosos principios éticos, filosóficos, morales e históricos de dicha cosmovisión a una repetición simplista de ritos en los cuales se plantea que el conocimiento de los nawales o del Tzolk’in ya es suficiente para tomar actitudes mesiánicas y predictivas.
La descolonización espiritual es más profunda. Implica un acto político de liberación que puede lograrse con una recuperación epistémica de las profundidades del conocimiento maya, negado por el colonialismo religioso. Un empoderamiento identitario que no signifique una guerra religiosa, sino el ejercicio de derechos legítimos.
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