Apelar a explicaciones incompletas sin establecer sus límites sirve de poco y se antoja perverso. Como sucedió el viernes antepasado, cuando coincidimos con el presidente del Comité Coordinador de Asociaciones Agrícolas, Comerciales, Industriales y Financieras (Cacif), José González Campo, en un foro sobre periodismo crítico. Al final del foro, González Campo reclamaba «objetividad» informativa. Yo le pregunté si estaría dispuesto a reconocer que las configuraciones históricas de poder en este país son vitales en esta ecuación racional, ya que han resultado, según se observa, en desigualdades fácticas. En «situaciones de injusticia y opresión», me atreví a decir.
Sin esa concesión, le dije, no podríamos hablar de objetividad. Nuestro diálogo coyuntural habría partido del sesgo, el vicio y la desinformación.
Gonzáles Campo, con una media sonrisa como de hastío ideológico, me contestó: «Esa es su interpretación de la historia». «Enfoquémonos en lo que nos une», simplificó.
Es decir, según el presidente del Cacif, no hay tal cosa como inequidad. Los andamiajes de concentración son un mito y las instituciones establecidas no ignoran las necesidades de nadie. ¿Injusticia social? Solo la que cometen algunos medios de comunicación con mala leche en contra del «sector productivo».
Para González Campo, ver desigualdades es un delirio divisionista.
Algunos días después, en Prensa Libre, Fritz Thomas censuraba la acción afirmativa por ser una institución contraria al ideario liberal.
Las acciones afirmativas son aquellas políticas públicas que buscan compensar asimetrías estructurales a través de medidas de carácter especial dirigidas a grupos sociales que se encuentran en estados de vulnerabilidad aumentados, sea por circunstancias personales particulares (e. g., quien usa una silla de ruedas), sea por discriminación histórica (los pueblos indígenas o las mujeres).
Por ejemplo, rampas para sillas de ruedas requeridas a todos los buses y establecimientos, donde la mayoría usan las gradas. ¿Podrían estas rampas ser una imposición injusta y contraria a la libertad de quienes no necesitan silla de ruedas o no consideran valioso instalar una rampa?
Según la lógica de Thomas, es una imposición porque estimula la «desigualdad ante la ley» entre iguales y promueve una «cultura de victimización» en la cual quienes caminan son coaccionados, obligados a soportar y sostener a quienes no caminan. Rampas y aptitudes especiales, incluso.
La misma deducción hace, sin matizar, al hablar de jurisdicción indígena.
Para él, la acción afirmativa y la jurisdicción especial siguen un criterio viciado que termina por reemplazar la neutralidad legal y el mérito individual por una caprichosa política de identidades que se enfoca en las diferencias y se empeña en celebrar el fracaso.
Aquí, su pensamiento se interseca con el del presidente del Cacif.
Estas medidas, «lejos de ser incluyentes», dice, «agudizan la exclusión y la marginación» y erosionan así la igualdad ante la ley y la libertad individual. O sea, el exdecano de ciencias económicas no puede diferenciar entre igualdad y equidad, entre libertad ante la ley y libertad ante la realidad.
Lo que el profesor hace es construir un discurso científico-económico a partir del concepto de libertad propuesto por Friedrich von Hayek en 1960. Es decir, libertad individual como «ausencia de coacción»[1]. Evidentemente, Von Hayek se refería a la coacción directa, a la fuerza irresistible. Como sucedería, por ejemplo, al sufrir un asalto. O al pagar impuestos.
Vale preguntarnos, sin embargo, si existen formas indirectas de coacción, ergo, otras formas de libertad.
Algunos autores hablan de libertad negativa (la de don Fritz) y de libertad positiva. La primera se define en virtud de la ausencia de algo (coacción), mientras que la segunda se define por la presencia de algo (insumos). Yo prefiero llamar a la libertad positiva libertad estructural, pues implica vivir y desarrollarse en condiciones de viabilidad, habilitados para tomar decisiones libres, exentos de la tiranía de las circunstancias.
El profesor Thomas tiene razón en una cosa: el esfuerzo y el mérito cuentan. Pero también cuentan la vocación y, especialmente, las circunstancias (como la historia y sus relaciones de subordinación o nacer sin el uso de las piernas).
Afiliarse al pensamiento de Von Hayek y compañía sin examinar sus postulados de forma crítica ha llevado a algunos articulistas de influencia a decir que «la productividad por egoísmo es la mayor virtud moral». O que «los movimientos sociales solo abogan por la conflictividad». O que «la oligarquía ecológico-ambientalista está dispuesta a hundir el país». El mismo Thomas decía un par de semanas antes que era un «disparate» y una «obsesión» ver la «desigualdad extrema» como relevante en juicios económicos.
Eso sí que es un disparate.
Mientras el Homo economicus sea sinónimo de Homo egocentricus, y no de Homo sociologicus, no podemos hablar de Homo sapiens. Porque el ser racional acepta su dimensión social como connatural a su existencia y actúa acorde a esa realidad. Nunca la rechaza.
Von Hayek mismo, en el mismo ensayo, sugirió que la imposición de un orden político sin el visto bueno de la ciudadanía constituye una variante de sometimiento, por lo que no habría en ese caso «libertad política». Surgen preguntas. ¿Qué hay de la libertad económica de aquellas familias trabajadoras que no pueden hacerse ni con la canasta básica por fallas del sistema y a pesar de su mérito? ¿Qué de la libertad psicológica de personas criminalizadas indebidamente?
Estamos ante formas indirectas de coacción que atentan, asimismo, contra la libertad individual. ¿De qué sirve la ausencia de coacción directa si no tengo oportunidades? ¿De que me sirve no tener prohibido subirme a un bus si no hay una rampa que me permita hacerlo cuando yo así lo desee?
Se entiende que no habría libertad individual real sin oportunidades plenas, libres de interferencias exógenas, que permitan tomar decisiones soberanas y, claro, ejercer responsabilidades. Decía Foucault que una sociedad ética solo es posible si sus ciudadanos pueden practicar ampliamente sus libertades naturales, pues sus decisiones dependerían de la reflexión profunda, y no de los accidentes[2].
El escenario mancomunado desapareció del mapa mental del pensamiento hayekiano hace unos 45 años. Sin duda sufre un déficit de comprensión teórica de los sistemas. De falta de empatía. De falta de corazón.
Cree que la justicia distributiva de una supuesta mano invisible etérea es la única justicia. «Si fracasás», murmura, «te lo merecés».
Su razonamiento necesita revisión desde hace ratos, ya que no responde adecuadamente a las complejidades de la realidad. Deja tras de sí una estela ideológica difícil de disimular y queda en deuda en el apartado científico.
Por nuestra parte, debemos permanecer vigilantes ante las trampas discursivas de quienes venden un albedrío de mentiras a precio de diamante.
¿Y al profesor Fritz Thomas? A él lo exhorto a que utilice sus espacios privilegiados con honestidad intelectual, sobre todo porque él no ha necesitado acciones afirmativas para ser libre.
Con un poder como ese viene un montón de responsabilidad.
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[1] En su obra maestra The Constitution of Liberty.
[2] Lo parafraseo.
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