La teoría de juegos como enfoque analítico en ciencias sociales tiene ciertas categorías analíticas que pueden servir para ejemplificar el momento coyuntural que vive Guatemala. Una de esas categorías es la de «suma cero», que según Wikipedia: «En teoría de juegos no cooperativos, un juego de suma cero describe una situación en la que la ganancia o pérdida de un participante se equilibra con exactitud con las pérdidas o ganancias de los otros participantes», lo que traducido al lenguaje cotidiano significa que siempre que un actor sale victorioso de una contienda, el resto de participantes invariablemente lo pierden todo. Con ello se enfatiza en que la lucha entre los adversarios tiene la característica de ser «no cooperativa». Es decir, que cada actor busca maximizar sus intereses, sin importar las consecuencias que ello traiga para el resto de actores de la sociedad, o incluso, para sí mismo, por lo que estrictamente se convierte en una victoria pírrica.
El contexto general en el que se desarrolla esta tendencia no cooperativa en Guatemala tiene dos orígenes. Uno, la marcada ausencia de una cultura hegemónica que articule a la sociedad en torno a un ideal o proyecto de nación, con lo cual cada actor intenta desarrollar y consolidar su propio proyecto político, muchas veces en franca oposición al resto de actores de la sociedad. La segunda razón es la marcada y paulatina degradación institucional que Guatemala ha sufrido desde 1985 a la fecha. En ese sentido, la debilidad e inoperancia de las instituciones y la marcada inadecuación de los marcos legales determina una situación, en la que no existen mecanismos institucionales ni legales para la mediación de intereses, por lo que en ese contexto, la política deja de ser consensual, para convertirse en una lucha interminable por derrotar al enemigo.
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La falta de una identidad nacional y la ausencia de mecanismos legales e institucionales de mediación determina el grado de polarización que caracteriza a Guatemala, por lo que en la práctica existen diversos y muy profundos clivajes de conflicto que generan interminables luchas por el control del Estado. Al final del proceso, quien controla al Estado se convierte en el ganador coyuntural de la lucha, pero el resto de la sociedad percibe todo el proceso en clave de derrota. Esta característica sistémica explica la falta de entusiasmo ciudadano que predomina en la sociedad civil guatemalteca, que se ha resignado desde hace muchos años a procesos electorales en lo que el único objetivo que pretenden obtener muchos ciudadanos es simplemente evitar que llegue al poder la amenaza que identifican como la más amenazante. Es la lógica de votar por el menos malo.
La característica no cooperativa y de suma cero que predomina en la política nacional es lo que quizá condiciona a que Guatemala siempre gravite en lo que Albert Hirschmann llamó el «síndrome de la fracasomanía»: una tendencia a no aprender de los errores del pasado, por lo que la sociedad en su conjunto está condenada a repetir una y otra vez sus errores, sin posibilidad de enmendarlos. Debido a esta tendencia es que los procesos electorales son siempre una guerra interminable que se sustenta únicamente en atacar a los contrarios y en promesas vacías de contenido, no en propuestas serias y que promuevan realmente un proyecto nacional en donde todos los sectores del país tengan realmente cabida. En ese escenario conflictivo y polarizado, cada vencedor de la contienda electoral emerge con el beneplácito de los actores que lo llevaron al poder, pero con el escepticismo y animadversión del resto de la sociedad, con lo que tarde o temprano, será considerado como «el peor gobernante» de la historia, adjetivo que durará hasta que llegue otro dirigente que inicie el mismo proceso de degradación y descrédito.
Paul Collier le llamó a esta imposibilidad de generar mediaciones entre los actores la «trampa del conflicto», que es intrínsecamente perversa: «Lo que encontramos realmente es que el contexto hace que resulte más sencillo arrebatar el puesto de control a la persona que lo posee que desarrollar alguna actividad económica». Alentar el conflicto, por lo tanto, es más rentable que generar desarrollo y riqueza para todos. Guatemala está atrapada irremediablemente en ese ciclo conflictivo y polarizado. A menos que desactivemos esa inercia social, seguiremos estando condenados al fracaso, tal como siempre lo hemos estado.
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