Yo crecí leyendo un montón de cómics. Después del colegio me iba con un amigo que todavía está cerca y que había heredado cajas de historietas de la década de 1960 a leer cómics e intercambiar teorías locas de este o aquel universo. Fue una buena juventud, y siempre estaré agradecido con la vida por todo lo que aprendí mientras disfrutaba de esos días únicos. Cuando leía, los mundos de fantasía eran reales y yo era su deidad. Qué rico es ser niño. Recuerdo que la historia que más me sedujo fue la del Hombre Araña, pues me la creía. El chico del cuento era introvertido y solitario como yo, pero también un héroe como yo quería ser, aunque fuese para mi mamá y mi perrita.
El creador de la saga (el respetadísimo Stan Lee) estableció la narrativa de su creación desde el primer tomo al inventarse con increíble sagacidad un propósito para su vástago de ficción, un lema entrañable para su Spiderman:
Un gran poder conlleva una gran responsabilidad.
Cuanta razón tuvo el gran maestro. Después de algunos años he olvidado muchas cosas de ese mundo de mentiras, pero nunca olvidé esa gran verdad: cuando la vida te da poderes especiales debes estar preparado para devolver algo de todo eso que recibiste, que al final de cuentas es un regalo. Como a Peter Parker, a algunos de nosotros nos mordió la arañita de las oportunidades por pura casualidad.
«Mamá, ¿y por qué importa eso del privilegio, pues?»
Se estima que en Guatemala el 60 % de las personas viven en condiciones de pobreza y hasta un 25 % en pobreza extrema. Una de cada cuatro personas dispone de poco más de un dólar diario para comer. Eso, si es que hay acceso a fuentes de alimentación. Hay gente que vive preocupada por agua limpia, techo, salud e higiene mínimos: cosas que otros damos por sentado. De educación y acceso general a oportunidades equitativas de realización personal, mejor ni hablar.
La pobreza económica casi siempre esconde otras formas de pobreza y por eso es tan paralizante. Por ejemplo, la falta de acceso a formación integral o a fuentes de trabajo digno. Esto resulta en una condena perpetua de inamovilidad social, en la exclusión de las mayorías de las instancias de toma de decisión y en estados de vulnerabilidad aumentados. En la tierra de las frondosas arboledas y las eternas primaveras, el pobre trabaja el doble para ganar la mitad. Y no hablo solamente de dinero.
Pero ojo. Lo anterior no quiere decir que el resto de la población (es decir, unos seis millones y medio de guatemaltecos) viva en la abundancia. Casi todos estos habitantes constituyen una desfalleciente clase media media. Ahora sí, una clase en peligro de extinción (muchos de ellos terminarán engrosando las estadísticas de pobreza). Cargando también su dosis de opresión, viven para sobrevivir y aspirar con dignidad a un pequeño algo, no demasiado más.
Entonces, si decimos que las pobrezas varias implican desprotección, ¿a qué tipo de amenazas políticas están expuestas las personas y las familias que viven en estados de pobreza? Se les ofrecen salarios mínimos insuficientes para satisfacer sus necesidades más elementales, se les expropian sus tierras bajo términos paupérrimos y sin justificación social, se criminalizan sus luchas rebalsadas de legitimidad democrática, se discriminan sus formas de organización y su interpretación del universo y se saquean sus historias, culturas y tierras. En general, otros deciden todo lo importante por ellos y ellas. Así es como funcionan los sistemas de opresión bien diseñados. Y no es algo nuevo.
En Guatemala, nacer fuera de la capital, con apellidos poco ilustres o que no suenan europeos, con piel café (y peor si café oscuro), mujer y sin apego a la cosmovisión cristiana (por ejemplo) te coloca de forma automática en la parte media baja de la escala de probabilidades de éxito. Por ende, los espacios de liderazgo e incidencia pública resultan inalcanzables. Es un círculo vicioso de exclusión. Y si hablamos de personas que reúnen dos o más características no favorecidas, entonces es algo muy parecido a una condena de sufrimiento. A una mujer indígena atea de Huehuetenango, lo más probable es que «se la lleve la tostada», como decimos, aunque merezca mucho. Y ellas, encima de la explotación de turno, están especialmente expuestas a la violencia sexual desde niñas.
Eso fue lo que me dijo mi mamá cuando le pregunté por la desigualdad, la opresión y el privilegio. Pero todo esto puede cambiar. Recuerden que no hemos hablado de esa superminoría que sufrió una mordida de araña muy particular.
Hagámoslo en 15 días.
Más de este autor