Ella estaba cursando sexto grado en aquel momento. El día anterior había sido dictada la sentencia por genocidio, y su maestra de la clase de ese día espetó colérica frente a sus 32 estudiantes: «Pobrecito el general. ¿Cómo se les ocurre hacerle eso a un anciano? ¡Si él es inocente!». Los niños y las niñas optaron por guardar silencio. Hubo quienes no estuvieron de acuerdo con la afirmación, pero la maestra no era muy abierta al diálogo, así que callaron. Ese día nos quedamos hablando con mi hija sobre el tema. Ella había estado al tanto del juicio y de la sentencia, de manera que el comentario de su maestra le dejó un sabor amargo.
Para calmar aquel sentimiento la invité a que les preguntara al resto de los estudiantes si sabían qué significaba genocidio. De esa manera sabríamos, le dije, cuán importante es que se conozca la historia y se preserve la memoria colectiva. Del total, solo cuatro sabían el significado. Sin embargo, cuando mi hija les preguntó, se quedaron conversando sobre el tema en los pasillos del colegio. Lo conocían porque en sus casas se había reflexionado al respecto. El resto (es decir, casi el 90 % de la clase) ignoraba el concepto y solo repetía lo que había escuchado en los medios de comunicación. Ese mismo grupo debió de haber estudiado en quinto año el contenido de las tres últimas unidades del curso de Sociales, en las cuales se abordaban los procesos sociopolíticos de Guatemala y de América Latina en las postrimerías del siglo XX. Debió de haber leído sobre los golpes militares, las dictaduras, el terror de Estado, el retorno a la democracia, las transiciones… Pero no lo hizo porque su maestra —la misma que en sexto les gritó encolerizada— no tuvo tiempo de concluir el programa.
Lo que sucedió con aquel grupo de 28 estudiantes, que concluyó el ciclo primario sin haber leído o reflexionado sobre el pasado reciente de la región y del país, sucede con la mayoría de los estudiantes. Lo sé porque los recibo en la universidad, les pregunto y el desconocimiento del tema tiene los mismos porcentajes.
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Esta situación es solo una de varias que ponen en evidencia la construcción de la desmemoria, del olvido colectivo, de cómo se ha ido construyendo paulatinamente esta imposibilidad de trasladar a la posteridad lo que sucedió, lo que aprendimos del pasado.
Unos insumos valiosísimos para lograr ese fin son los archivos históricos, los libros, los documentos, los museos, ya que en ellos se puede encontrar la información que no aparece en los relatos orales y que nos permite asirnos a las memorias, recuperar la historia de los seres amados. Sin embargo, también se está atentando contra estos espacios, y la muestra evidente es la afrenta contra el Archivo Histórico de la Policía Nacional (AHPN).
En sus 14 años de existencia, este archivo ha permitido conocer qué pasó durante los años en que operó dicha fuerza de seguridad. Puso en evidencia las terribles violaciones de los derechos humanos cometidas durante el conflicto armado interno y nos ha permitido como sociedad recuperar la memoria y la dignidad de las personas a quienes se les arrebató la historia y la vida. Para quienes nos dedicamos a la investigación, el AHPN ha sido, además, una fuente inagotable de recursos para poder realizar nuestro trabajo.
En la actualidad, el AHPN sigue en riesgo. Los intentos por obturar o clausurar su funcionamiento comenzaron el año pasado, y actualmente su continuidad peligra porque el 30 de junio vence el usufructo del terreno y del edificio donde está ubicado. Y aún no se sabe qué acción asumirá el Ministerio de Gobernación, entidad que tiene a cargo el terreno.
El AHPN es un resguardo de nuestra memoria colectiva, un bastión estoico de la lucha contra el olvido que se nos ha venido imponiendo. Defenderlo es parte de una tarea que nos toca para seguir materializando la memoria. Si nos quedamos sin ese soporte, que a su vez evoca nuestro pasado como lugar físico, habremos perdido un poco más de nosotros. Nos quedaremos más mutilados de lo que nos toca asumir como sociedad. Defenderlo es parte de esta lucha contra el olvido.
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