El sábado 12 de agosto, un supremacista blanco arremetió con su carro contra un grupo de gente que formaba una contraprotesta en oposición a la marcha de organizaciones de ultraderecha, mató a una mujer e hirió a una veintena de personas. Cuatro días más tarde, en la ciudad de Guatemala, un grupo de mareros ametralló a la multitud que suele congregarse fuera de la emergencia del hospital Roosevelt para liberar a un pandillero preso que iba a hacerse unos exámenes. El grupo mató a siete personas e hirió a un par de docenas más. Y al día siguiente de esto, en Barcelona, un radical islámico lanzó una furgoneta a toda velocidad entre el gentío que poblaba Las Ramblas. Mató a 13 personas y dejó heridas a casi un centenar. La violencia proviene de un muy amplio espectro ideológico y organizativo.
Todo ello no es casual y debe ser visto más allá de contextos nacionales, con una perspectiva global más amplia. Es todo un sistema el que se desploma, y la radicalización generalizada de la violencia no es más que la herramienta desesperada de una estructura que busca a toda costa mantener el control que tiene sobre una sociedad cada vez más aterrorizada y alienada.
Ante este panorama sombrío, la respuesta de la ciudadanía común —nosotros— es fundamental. Muchos ya han comenzado a expresarse como lo esperan quienes diseñan estos sucesos, es decir, de manera reactiva. En Guatemala se pide la pena de muerte a gritos, en España hay sectores que exigen la expulsión de todos los migrantes de Oriente Medio y de todos los refugiados, en Estados Unidos… Bueno, en Estados Unidos, el presidente dice que todos los bandos son igual de violentos y que los supremacistas blancos no son tan malos, pero eso es material para otro texto.
Urge analizar la causa de estas situaciones y entender que no es declarando guerras civiles a nivel mundial ni dividiéndonos en nosotros los buenos y ellos los malos como vamos a resolver estos problemas. Al final de la jornada, los vendedores de armas se enriquecen con las ventas a ambos bandos.
La respuesta a la crisis pasa por exigir que se cumplan las leyes ya vigentes (que en muchos casos no se respetan) antes de pedir leyes aún más duras (que seguramente tampoco se van a respetar o se van a aplicar mal), pero también por entender que formamos parte de colectividades y que lo que sucede a nivel mundial y local tiene que ver en buena medida con la forma en la que nos hemos organizado como sociedades injustas, desiguales y, en muchos casos, crueles. Los resultados de esta forma de organización saltan a la vista, y una radicalización de la injusticia y de la crueldad no va a traer resultados diferentes. También es fundamental entender que estos sucesos violentos no son casuales y que muchas veces son planificados por actores ocultos, con agendas específicas como aumentar el control de la población y la polarización social. Exigir las cabezas de los autores materiales es una reacción harto superficial. Hay que ser audaces y enfrentar estos hechos con humanidad. Y con lógica.
Hace ya medio siglo que Silvio Rodríguez empezó a cantar que la era estaba pariendo un corazón. Aparentemente, la labor de parto aún no termina y parece estar alcanzando un punto crítico. Dependerá de nosotros que el fruto de ese parto sea un mundo mejor, una continuación del caos o incluso el fracaso definitivo del experimento humano.
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