Anatole Boris, de 4 años, y Victoria Eva, de 16 meses, fueron secuestrados en septiembre de 1976 en Buenos Aires por un operativo conjunto de militares uruguayos y argentinos. Su mamá, Victoria Grisonas, y su papá, Mario Roger Julien, desparecieron ese mismo día. Era una familia uruguaya. Por lo tanto, fueron llevados al pozo de Orletti, el centro clandestino de detenidos-desaparecidos al que iban a parar las personas extranjeras. Anatole y Victoria también estuvieron allí un tiempo,...
Anatole Boris, de 4 años, y Victoria Eva, de 16 meses, fueron secuestrados en septiembre de 1976 en Buenos Aires por un operativo conjunto de militares uruguayos y argentinos. Su mamá, Victoria Grisonas, y su papá, Mario Roger Julien, desparecieron ese mismo día. Era una familia uruguaya. Por lo tanto, fueron llevados al pozo de Orletti, el centro clandestino de detenidos-desaparecidos al que iban a parar las personas extranjeras. Anatole y Victoria también estuvieron allí un tiempo, pero luego fueron llevados a Chile y en ese país fueron encontrados en 1979. Los cuerpos de su mamá y su papá nunca fueron encontrados. El Plan Cóndor se refleja con todo su esplendor en esta historia familiar.
Para las abuelas de Plaza de Mayo, el hallazgo de Anatole y Victoria era la demostración no solo de la culpabilidad de los Gobiernos uruguayo, argentino y chileno de las desapariciones, sino también de un complejo entramado que secuestraba a las hijas y a los hijos de las personas que desparecían (es decir, a sus nietos y nietas), se apropiaba de ellos, los identificaba falsamente y los ubicaba con otras familias. Fueron al menos 500 bebés, niñas y niños los que sufrieron ese destino, tratados como botín de guerra, vendidos como mercancía o donados como caridad. Quinientas identidades truncadas entre 1976 y 1983 por medio de mentiras, terror y muerte. Quinientas personas que anduvieron —y algunas aún andan— sin conocer su origen.
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Sin embargo, la incansable labor de las abuelas en estos 43 años ha logrado recuperar la identidad de 130, hoy hombres y mujeres que han reencontrado su historia y a sus familiares, que han podido unir esa parte que les pretendieron anular: su biografía con su historia. Y las abuelas siguen buscando nietos, bisnietas, recuperando memorias soterradas, dignificando la vida de sus hijos e hijas. No hubo quien las doblegara, ni la fuerza bruta de la dictadura ni la amnesia de la democracia. Ellas siguieron buscando a los suyos y a las ajenas. Siguiendo pistas, por inverosímiles que les parecieran, preguntando, valiéndose —más tarde— de la certeza del ADN, montando campañas para que aquellas personas que aún no sabían se encontraran. Y así ha sido. Porque, como dice Guido Montoya Carlotto, el nieto de Estela de Carlotto, la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, quien fuera recuperado luego de casi 40 años de búsqueda (el número 114 en ser encontrado), el trabajo de las abuelas es hacerse encontrar.
Las abuelas tienen hoy más de 80 años y no claudican en su lucha. Siguen trabajando guiadas por la esperanza de encontrar a sus nietos y nietas. Porque aún hay sillas vacías y portarretratos sin fotos. Porque aún hay gente que camina por ahí sin encontrarse. Y ya que comprendieron que no van solo tras los suyos, sino que son abuelas de todos los nietos, vienen a Guatemala a compartir la esperanza con hijas, nietos y familiares de desaparecidos, pues aquí como allá hay innumerables historias que contar, que compartir, que seguir reivindicando.
Por ejemplo, en Guatemala, en el marco del proyecto Reencuentros, que busca a los niños desaparecidos por el conflicto armado interno, se han producido cerca de 500 encuentros de familiares que han retomado sus lazos y que comenzaron a contar nuevamente su historia colectiva. Hay mucho que compartir. ¡Bienvenidas a Guatemala, abuelas de Plaza de Mayo!
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