Por supuesto que hubo algunos cambios; tal vez demasiada forma para el poco fondo, demasiadas ilusiones para la poca voluntad.
Algo en lo que creo que muchos estamos de acuerdo es en la persistencia de varias de las causas de la guerra, tales como las enormes brechas de desigualdad entre la mayoría pobre y la minoría rica; una abundante pobreza; la falta de reconocimiento como seres humanos con dignidad, como sujetos de derechos y como actores políticos a los pueblos indígenas; la exclusión social de los marginalizados del sistema; la utilización de las instituciones del Estado para mantener y expandir el poder del gran capital; etc.
A todo eso y más, sumémosle los problemas que se han venido arrastrando y agrandando como bola de nieve, tales como las enormes deudas en materia de verdad y justicia para las víctimas de la guerra, el reconocer los crímenes, las violaciones sexuales, las desapariciones, los asesinatos, el desgarramiento del tejido social, etc. El tiempo pasa y se acrecienta la impunidad.
A todo lo anterior sumémosle nuevas –y no tan nuevas– versiones de añejos problemas que se agregan a esta ya podrida estructura, tales como los altos índices de homicidios, robos, violencia contra las mujeres, tráficos ilícitos (personas, drogas, armas), conflictos sociales y la violencia derivada de la imposición del modelo extractivista y de acumulación de capital (minería, hidroeléctricas, monocultivos, etc.).
Y es que a partir de la firma de los Acuerdos de Paz, comenzó un nuevo período de guerra silencioso para Guatemala (que es parte del continuum de la violencia). Una guerra en tiempos de “paz”, “tolerancia” y “democracia” que continúa afectando a los más empobrecidos y excluidos, que está dispuesta a seguir arrebatando y desbaratando tierra, vida y comunidad a cambio de convertirlo en pepitas de oro.
Una lideresa indígena de occidente me dijo hace poco “durante la guerra nos mandaron a las montañas porque creían que ése era nuestro lugar; ahora nos quieren sacar de las montañas porque ya vieron que éstas les sirven”.
Durante la guerra fueron miles quienes murieron por defender la vida. Hoy, aunque usted no lo crea, esto sigue ocurriendo en diversas latitudes del país. Muchos líderes comunitarios –hombres y mujeres– están siendo amenazados, criminalizados y asesinados por defender el territorio, el agua, la vida.
La inteligencia para identificar líderes y formas de organización que amenazan el statu quo, sigue viva. La persecución, amenazas, encarcelamiento y asesinatos de quienes se niegan a agachar la cabeza frente a las agresiones y abusos del Estado, continúan presentes. La lucha por defender la vida, el territorio y la dignidad, así como la búsqueda de un país justo, solidario y equitativo, sigue siendo casi una misión suicida, un blanco para ser declarado enemigo del Estado. El control social, la represión, la intimidación estatal y la militarización siguen presentes, así como el miedo y la indiferencia.
Tal y como ocurrió durante la guerra, que muchos capitalinos estuvieron ajenos a la dura situación que se vivía, así hoy muchos permanecen indiferentes a la grave situación que están enfrentando muchos hermanos y hermanas guatemaltecas alrededor del país. Y lo peor es que aún no hemos comprendido que sus luchas son por todos y todas, y por lo tanto, de interés general, y que sus logros serían beneficios para las mayorías del país. Pero en lugar de solidarizarse y sumarse a estas demandas, muchos les siguen llamando terroristas, bochincheros e ignorantes.
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