En un mundo sensato, quizá en la Guatemala de 2015, decir que en 2017 Armando Melgar Padilla presidirá la Comisión de Finanzas Públicas y Moneda del Congreso y ejercerá control sobre el listado geográfico de obras y la inversión pública en general, o que Estuardo Galdámez presidirá la Comisión de Derechos Humanos del Congreso, causaría escándalo, por no decir que tales nombramientos se antojarían disparates o bromas de muy mal gusto.
Pero nada de eso. Ahora que la batalla política por las presidencias de las comisiones de trabajo del Congreso está en el más candente fragor, estas candidaturas se están discutiendo con la mayor de las seriedades. Quizá la decisión final se incline por elegir a otros que no generen tanto escándalo como —esperaría yo— lo causarían los nombramientos de Melgar y Galdámez. Pero el arte de la maniobra sería que los electos, aunque más presentables, sean fáciles de comprar y controlar para que sean los gánsteres los que, detrás de bambalinas, en realidad ejerzan el poder.
Cito dos ejemplos, notorios por cierto, pero solo un par entre varios, de cómo las mafias de la corrupción están envalentonándose y ya no se sienten tan intimidadas por la Cicig y el MP. Están acariciando con más entusiasmo la posibilidad de recuperar el estado de cosas antes de abril de 2015, de que Guatemala vuelva a ser un emporio de la corrupción impune.
Ante semejante panorama, el recuerdo de la promesa electoral de «ni corrupto ni ladrón» de Jimmy Morales ofende cada vez más, ya que el mandatario pareciera esforzarse por demostrar que fue demagogia pura. O, lo que es mucho peor, que él no es más que un esbirro servil de las poderosas mafias de la corrupción, cuya misión es contener los conatos de enojo ciudadano y dilapidar sin piedad la confianza que los electores le otorgaron.
El sábado de esta semana se cumple el primer año de gestión de la que muchos esperaban que fuera la primera administración gubernamental de una nueva Guatemala, de un gobierno honesto, dedicado a servir a la ciudadanía. Sin embargo, dudo mucho que el informe que el presidente Morales presentará contenga una evaluación seria y objetiva tanto de lo que se logró avanzar como de los fracasos y de lo mucho que no se hizo.
Una posibilidad es la que con su característico y peculiar estilo señaló el todavía presidente del Congreso, Mario Taracena: que «el informe presidencial de Jimmy Morales podría caber en un tuit porque no ha hecho nada». La otra posibilidad es que el informe no pase de ser una lamentable retahíla aduladora de logros que hasta al más rastrero jimmylieber se le dificultaría tragar. Me parece que, al margen de las aptitudes histriónicas de nuestro presidente actor, la percepción y el convencimiento ciudadanos son que no hay resultados y que si los hay son más bien magros y escasos.
En resumen, la falta de más golpes contundentes del MP y la Cicig, la inacción del Ejecutivo en contra de la corrupción (y, peor aún, las sospechas de apoyo a la corrupción que ya pesan gravemente sobre el presidente) y sobre todo la actitud pasiva, apática y desinteresada de la ciudadanía son una autopista de alta velocidad para que transite la contraofensiva de las mafias de la corrupción.
Ya lo decía hace un mes. ¿De verdad vamos a seguir dejando solos a la Cicig y al MP? ¿Puede la plaza levantarse de su tumba actual?
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