Hace 25 años, al concluir la jornada del 24 de abril, el Obispo de la Verdad, Juan José Gerardi Conedera, desplegaba su sonrisa satisfecha. Ese día concluyó una parte esencial de la misión que se había trazado. La sociedad guatemalteca había recibido formalmente el informe Guatemala: Nunca Más.
Se trata de un compendio de cuatro tomos que recogía el trabajo que el equipo bajo su coordinación había llevado a cabo. Con paciencia y dedicación, el enjambre de animadores desplegado en todo el país, recogió los testimonios del dolor y del horror. Casi la totalidad de las personas tenía por primera vez la oportunidad de contar su historia y su pena, silenciadas por décadas. Así, a partir de las voces inicialmente silenciadas se construyó el testimonio de la verdad desde las víctimas y sobrevivientes.
Cuando el obispo Gerardi alzó la voz para decir, Guatemala ¡Nunca más!, los pilares de la Catedral Metropolitana retumbaron conmovidos por la memoria dignificada de más de 240,000 víctimas del terror, principal y mayoritariamente del Estado.
El obispo de la verdad, el hombre que sonrió satisfecho por la labor cumplida, anticipiaba con ese gesto la búsqueda de justicia. A la memoria recogida en los testimonios le había seguido la verdad difundida en el informe y le esperaba la justicia procurada en los tribunales. Mientras esta llegaba, se daban los primeros pasos de la dignidad. Mismos que llevarían a que los pilares del atrio de la Catedral se alzaran levantando los nombres de las víctimas que el informe reunía.
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Ese esfuerzo y su significado le serían cobrados al obispo de la memoria. La maquinaria del terror y de la impunidad no le perdonaría el atrevimiento de haber dado cauce a las voces silenciadas. Porque la verdad difundida simbólicamente por el ángel de la memoria que ilustraba el informe REMHI (Recuperación de la Memoria Histórica), también clamaba por justicia.
La mano tenebrosa del terror que silenció las voces durante décadas, alzó la piedra para callar la vida de quien con ternura de hermano acompañó la memoria. La noche del 26 de abril, hace también 25 años, Juan José Gerardi Conedera pagaba con su vida, arrancada brutalmente, el atrevimiento de registrar, sistematizar y difundir, los dolores y los horrores.
Un costo muy alto para Gerardi Conedera, para el equipo que le acompañó y por supuesto, para la sociedad. Especialmente para las víctimas y sobrevivientes que alimentaron con sus testimonios el informe de la verdad.
Quienes decidieron, planificaron y ejecutaron el crimen que costó la vida al obispo de la memoria, buscaban impedir la difusión de la verdad. Querían enterrar de nuevo la memoria y, obviamente, impedir el camino de la justicia. La cortina de la obscuridad se desplegó durante un tiempo y el futuro se presintió incierto y sombrío.
Sin embargo, paulatinamente, paso a paso, con paciencia de pueblo, los caminos de la justicia se abrieron y la mano tenebrosa empezó a conocerla. Muchos de los casos y los hechos que el informe documenta transitaron de las páginas testimoniales al expediente judicial. Así, víctimas de desaparición forzada, tortura, ejecución y genocidio, siguieron la ruta de la justicia y no la de la venganza.
Al cumplirse un cuarto de siglo de los dos momentos: la presentación del informe y el asesinato de Juan Gerardi, la justicia en Guatemala está de nuevo entre las sombras. Sin embargo, también sigue habiendo voces que, a pesar de la obscuridad, orientan el camino hacia la luz de la justicia y la recuperación de la democracia. Cuando ese momento llegue, desde el espacio de la memoria colectiva, el obiso de la memoria, Juan Gerardi Conedera, volverá a sonreir con la satisfacción del deber cumplido.
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