Claude Lévi-Strauss, llamado el padre de la Antropología, señala que la ciencia occidental ha tardado 25 siglos en ir rellenando los esquemas que los antiguos trazaron en las primeras reflexiones de los griegos clásicos. Tal es el caso del átomo, que ya era motivo de reflexión para ellos. En la modernidad el desarrollo de investigaciones más profundas de la cuestión atómica es reciente. Lo mismo se puede decir de la ancestral relación y entendimiento del ser humano con la naturaleza.
En 1979, James Lovelock, planteó la teoría Gaia (la madre tierra), señalando que la tierra se comporta como un organismo enorme pluricelular, capaz de regularse a sí mismo a través de la integración de todos los seres vivos.
Peter Wohlleben, mencionado por Byron Ponce Segura, en Plaza Pública, plantea «(…) basado en observación y en trabajos científicos, es que “un bosque es un súper organismo”. Se trata de sociedades vegetales donde los individuos se conocen entre sí y establecen relaciones comunitarias y hasta cierto tipo de amistad entre algunos». Lo anterior, dice Ponce, es nuevo solo para el hombre moderno. Las civilizaciones antiguas conocían mucho de esto y tenían palabras para describirlo.
Los pueblos mesoamericanos, antes de la invasión, crearon un escenario de diversas culturas que fueron construyendo «modos y estilos de convivencia con la naturaleza, expresados en saberes, tecnologías, formas de organización social y elaboraciones míticas y simbólicas»,[1] que marcaron una relación, hasta donde fuera posible, armónica entre el cosmos, las sociedades, los seres y los pensamientos.
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Esto, que constituía un tesoro de la humanidad, fue destruido por la implantación en esta región de una «economía de rapiña», como la denominó en 1910 el geógrafo francés Jean Brunhes, basada en el saqueo extractivista. El colonialismo implantado en el siglo XV, a sangre y fuego, convirtió la naturaleza en tierra, un bien despojado y convertido en mercancía. Con ello, se cambió la relación sacralizada de los pueblos a negociación, explotación y consumo y se inicia la larga noche del capitalismo-modernidad-colonialismo.
La ambición por la ganancia, acumulación y concentración de riqueza al infinito, a partir de la revolución industrial, originó el llamado cambio climático que es una amenaza universal para la vida. Numerosos organismos y científicos señalan que estamos ante las puertas del desastre por el aumento de la temperatura, la cual ya ha ocasionado grandes y graves catástrofes en el mundo: incendios, inundaciones, huracanes, deshielo en los polos y desaparición de especies disminuyendo la biodiversidad y con consecuencias de pobreza y desigualdad entre los países altamente desarrollados y las periferias colonizadas. EEUU, enfrenta ya la respuesta de la naturaleza. [2]
Otro efecto, aparte de lo ambiental, es la indiferencia de las sociedades adormecidas por el control del poder político, la educación, los medios de comunicación y la religión por parte de las élites económicas, industriales, financieras y hoy tecnológicas.
El capitalismo-colonialismo, desintegra formas de vida, materialidades y subjetividades. A pesar de los urgentes llamados de la comunidad científica que advierte los riesgos de no tomar medidas para detener el aumento de la temperatura, ocasionada por los procesos industriales a gran escala y la vida urbana cosmopolita contaminante, consumista de todo lo que ofrece el sistema productivo, que hace que la demanda de energía crezca exponencialmente. Las fuentes de energía provienen de la explotación de los recursos, en su mayoría, de países periféricos, subdesarrollados, el sur, el tercer mundo, como quiera llamárseles, al final son los colonizados. ¡Aparte somos el basurero del norte! [3]
El evento mundial COP26 sobre cambio climático, realizado en Europa recientemente, con la asistencia de la mayoría de países, no trajo ninguna resolución de fondo, al igual que las cumbres anteriores, para cambiar la matriz de consumo energético. Según expertos, se plantearon algunas intenciones superficiales que los políticos desoyen porque responden a sus financistas, acá y en cualquier parte, que son los que controlan la producción y la economía. El rompimiento entre la ciencia, política, economía y los derechos a la vida es el signo del capitalismo-colonialismo que lleva a la sociedad global a su propia destrucción.
Frans Timmermans, vicepresidente de la Comisión Europea, mostró la foto de su nieto al hablar en la COP26, diciendo: «Si fallamos, él deberá pelear con otras personas por agua y comida. Esto es personal, no es un tema de política». ¡La Madre Tierra nos está ajustando cuentas!
[1] HÉCTOR ALIMONDA, COORDINADOR. LA NATURALEZA COLONIZADA. ECOLOGIA POLITICA Y MINERIA EN AMERICA LATINA. CLACSO. ARGENTINA 2011
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