Yo le había compartido que durante el mes de mayo se había dado por segura la vacunación para niños y adolescentes de 12 años para arriba, pero él tiene 8. De tal manera, en el momento en que le comuniqué la noticia de la disponibilidad de vacunas para niños de 5 años (y más anunciada por la empresa Moderna), me abrazó y corrió en pos de la flor.
Aproveché su acción para aleccionarlo. Le conté cómo en crisis similares a la que estamos viviendo aflora en cada ser humano lo mejor y lo peor de sí. Y también en las sociedades. Además, le dije que no era nada nuevo en el mundo y que una persona de bien siempre iba a estar del lado del bien.
Pensé luego (para seguirlo aleccionando dentro de unos años) que esos contrastes tienen un enorme espectro. Desde inocencias tan dulces como regalar una flor hasta la mentira contumaz, nefasta y perversa de los políticos mandamases de los países tercermundistas, que son capaces de cargar una pesada anda durante Semana Santa (para que los miren y admiren) y meses después poner en riesgo la vida de sus semejantes con sus detestables parodias de gobernantes y estadistas.
Recordé que la antinomia científicos-políticos ha sido proverbial. Los primeros buscan la verdad. Los segundos, su provecho mediante la mentira. Y a los científicos la hiperconectividad los ha colocado en el extremo de otra discordancia: la de sus descubrimientos (para beneficio de la humanidad) contrastados con los bulos y las noticias falsas (para beneficio del mal).
Existe ahora otro conflicto que sobrecarga a los científicos: la contradicción entre la esperanza que generan sus descubrimientos y la intranquilidad que siembran los negacionistas del buen efecto de las vacunas. No entienden estos agoreros del infierno que las vacunas están haciendo la diferencia entre la vida y la muerte.
[frasepzp1]
Respecto al quehacer del Estado durante la pandemia, Guatemala tiene un enorme adeudo con la población. Decisiones equivocadas nos han puesto en un estado de indefensión similar al que se vivió en el sur de Picardía durante el verano de 1349, según narra Bárbara Tuchman: «En las regiones rurales, los campesinos caían muertos en los caminos, tierras de labor y casas. Los supervivientes, en creciente desamparo, caían en la apatía, no segaban las mieses maduras ni atendían el ganado. Los bueyes y asnos, ovejas y cabras, cerdos y gallinas campaban a sus anchas y, según los informes locales, sucumbían también a la pestilencia» [1]. Se trataba de la muerte negra, la peste negra, el fin del mundo y cuanto nombre tuvo la pandemia más mortífera de la historia: la peste bubónica.
Me pregunto: ¿acaso no hay muertes causadas por el covid-19 que no están siendo registradas como tales?, ¿acaso no hay apatía en las áreas rurales y periurbanas a causa de la indolencia de los gobernantes?, ¿acaso no hay incertidumbre con relación a si la vacunación llegará a los lugares más recónditos de nuestro país?
Pero hoy, ante el anuncio de que ya hay vacunas para niños, el Gobierno tiene una oportunidad de oro para rehacerse: gestionar de inmediato su consecución.
Los niños constituyen el segmento más preciado de la población en una sociedad que presume de ser civilizada. Por favor, no los olviden. Comiencen de inmediato a gestionar la vacuna para ellos.
A manera de colofón, la bitácora manual de mi estudio simbolizó para mi nieto la ciencia y los científicos. Para ellos fue el regalo de la flor. Para mí, el abrazo. Para los políticos, nada hubo.
En el entretanto, alegrémonos de que la esperanza siga vigente: ¡ya hay vacuna para los niños!
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[1] Tuchman, B. (1979). Un espejo lejano. Argos Vergara: España. Pág. 110.
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