(Spoiler Alert: esta es una columna sensorial. Siéntese y tómese el tiempo para disfrutarla, hay poesía, rock, rap, murga, candombe y hasta una película. ¡Para todos los gustos! Empiece por aquí: El aplastamiento de las gotas (fragmento) de Julio Cortázar.
Nací en un país que tiene nombre de río, Uruguay. Para quienes allí nacimos, llamarle «mar» al Río de la Plata es «normal» y también le decimos «charco» al río Uruguay. En la escuela primaria leí a Juan Zorrilla de San Martín y aún recuerdo la muerte de Tabaré quien yacía en el río que le vio nacer. Recorrí muchas veces las playas del estuario donde dice Eduardo Galeano «que le llamamos bobo al corazón. Y no porque se enamora: lo llamamos bobo por lo mucho que trabaja».
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En los ochenta, cuando la dictadura militar estaba feneciendo, quienes se habían tenido que exiliar para salvaguardar su vida del terrorismo de Estado iniciaron su retorno y la fiesta popular se desbordó en las calles, desafiando la tristeza y la soledad. Volvieron Los Olimareños y le cantaron al río que les prestó el nombre, disfrutamos con el Sabalero cantándole a Villa Pancha «donde lo que sobra es agua» y con Jaime entonamos estrofas de Durazno y Convención, calles que dan a la playa.
Luego yo misma cruzaría «el charco» para irme a vivir al otro lado de la ribera y, El lado oscuro del corazón, la película de Eliseo Subiela, me acompañaría una y otra vez por el Río de la Plata en mis continuas visitas al país donde nací. También la música me evoca el agua, como aquella de Los Piojos que tantas veces canté a los gritos con mi amiga o la de Los Fabulosos que dice «la nuestra es agua de río, mezclada con mar».
En definitiva, para mí, así como para ustedes, el agua de los lagos, los manantiales, los estuarios, los ríos que cruzan nuestros territorios son elementos fundamentales, son parte de la historia que compartimos, de los paisajes que evocamos. Son parte de la literatura que amamos y la música que escuchamos. Son parte de quienes somos y nos sostienen la vida.
Sin embargo, esa vida se está agotando.
Se agota porque se persiste en tratarla como mercancía, recurso o como algo que se consume, no como un derecho humano, de la naturaleza y de los pueblos. No «tenemos» agua, somos agua, y matándola, nos suicidamos, aunque aún nos cuesta esta comprensión. No así a los pueblos indígenas que la han cuidado desde tiempos milenarios. Pero, a ellos y ellas, quienes desde su visión holística la han conservado y portan conocimientos sobre cómo mantenerla y gestionarla, por defenderla les han ninguneado, criminalizado y asesinado. De hecho, son quienes tienen menos acceso al agua, entre un 15 % y un 20 % menos que otras poblaciones en toda la región latinoamericana, esto de acuerdo con las investigaciones de Alex Ricardo Caldera Ortega, de la Red Mexicana de Monitoreo de Reservas de Agua de la Red Wateral Gobacit.}
Otros factores que contribuyen a su agotamiento son las prácticas extractivas que se la apropian y contaminan. La tala indiscriminada de bosques y el desvío de ríos para ocupar la tierra con monocultivos o para hacer ciudades-centros-comerciales como los que conocemos, queriéndonos convencer de las bondades de ese modelo de «desarrollo».
Para enfrentar esas prácticas y narrativas, todas las personas, pueblos e instituciones podemos asumir responsabilidades. Somos parte del problema y podemos contribuir a paliarlo y, además, porque las luchas por la defensa del agua —como todas las luchas— rinden frutos si se hacen de manera colectiva.
Los diálogos y propuestas de soluciones deben incluir todas las voces, porque tal como afirma Dora Coc, responsable del eje de Justicia Climática y Pueblos Indígenas de Oxfam, pese a que en la práctica las mujeres y pueblos indígenas son quienes tienen mayores retos para acceder al agua, son quienes han hecho más esfuerzos por conservarla. Sus intereses y conocimientos, así como aportes, no se toman en cuenta.
Y si les despierta interés saber qué podemos hacer, les invito a interactuar con el conversatorio «Agua para la vida y la comunidad» que se desarrolló el 26 de febrero en la ciudad de Guatemala, organizado por Oxfam. Quienes participaron, representantes de pueblos indígenas, redes de defensa del agua y funcionarios públicos propusieron algunos caminos y nos dejaron una invitación. Ojalá la aceptemos.
Me voy. Les dejo en compañía de Rebeca Lane y Maya Bellazzecca.
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