Hay dos factores de riesgo (predictores que no causan necesariamente el evento) que los seres humanos hemos servido en bandeja de plata a la madre naturaleza, que, por trastocar nosotros el medio ambiente, se las cobra a la mejor manera de sus fuerzas, sean estas de agua o viento, cuando menos lo esperamos.
El primero corresponde a la invasión de áreas que tienen una función específica en los ecosistemas, las dolinas, por ejemplo. Nosotros las conocemos como siguanes. El 6 de junio 2021, siete meses después de la acometida de los huracanes Eta y Iota, previne en este medio: «Pasadas las consecuencias del impacto de ambas tormentas, los geólogos consultados y los conocedores de nuestra tradición oral coincidieron en que un colapso de las dolinas pudo haber sido la causa de que las aguas alcanzaran alturas inconcebibles y no bajaran de nivel en el tiempo esperado. Y muchos pobladores afectados se dieron a la tarea de explorar esos agujeros. No fue poca la sorpresa cuando nos dimos cuenta de que dentro de los siguanes había basura, colchones, muebles, ropa, zapatos y, en un caso extremo, hasta un televisor. Es decir, los siguanes, ligados en la cosmovisión maya q’eqchi’ al concepto del tzuul taq’a (el cerro-valle), habían sido convertidos en botaderos no solo de basura, sino también de enseres inservibles»[1].
Hasta entonces, después del susto, se retomó la conciencia de que un siguán puede significarse como un respiradero de la madre tierra hermanado con la vida, un drenaje natural de las aguas pluviales o un centro energético (a tratar en otro artículo) que incluso, puede simbolizar el inframundo cuando los aj ral ch’och’ o hijos de la tierra, no respetan la casa común.
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Transitoriamente la situación mejoró. En muchas comunidades las dolinas se limpiaron (quizá como un descargo de conciencia y no como un acto de prevención), pero pasado el momento de angustia, los escenarios siguieron igual o peores. De nuevo, continuó su uso como botadero de basura y vinieron otros peores: Las construcciones de casas y edificios sin los estudios geológicos pertinentes. Se olvidó que fue precisamente en lugares similares donde la naturaleza descargó su furia porque ni los huracanes Fifí, Mitch y Stan provocaron la hecatombe generada por el impacto de Eta y Iota. Ni qué decir de sus consecuencias hasta ocho semanas después.
Las dolinas o siguanes las tenemos a ojos vistas en las áreas rurales o en los límites de las áreas rurales y urbanas. Y en estas (las urbanas) si bien no tenemos dolinas (porque muchas fueron ocluidas y hasta se construyó sobre la boca de su embudo), está sucediendo un fenómeno mucho peor: El colapso de los drenajes por el inadecuado uso de estos para descargar cantidades exorbitantes de basura. Este es el segundo factor de riesgo que día a día cebamos, particularmente, con bolsas de nylon y desechos de plástico.
La sabiduría ancestral no la podemos despreciar, y más allá de las explicaciones que los geólogos nos proveen de los siguanes (científicamente válidas), estos están ligados, en las cosmovisiones, en nuestro caso a la maya-q’eqchi’, al concepto del tzuul taq’a, (el cerro-valle). Sobre ello me aleccionó un venerable anciano q'eqchi' hace muchos años: «El tzuul taq’a no es el dios del cerro, como ustedes los mestizos creen. El tzuul taq’a es la presencia visible de Dios invisible, la presencia cercana de Dios lejano. No se contrapone al único Dios, sino lo manifiesta más cercano, en íntima relación con la vida, con el alimento de cada día, con todos los seres vivos. Al tzuul taq’a no se le reza: se le habla, se le pide, se le ofrecen dones y se le adora. Pero principalmente se le habla. Y se manejan dos conceptos: el tzuul y el taq’a, lo bajo y lo alto, el inframundo y el supramundo, el mal y el bien, la tierra y el cielo de ustedes. El inframundo es un lugar oscuro, sin vida y de donde ninguna persona que entra vuelve a salir. La oscuridad es su característica: se asocia con las tinieblas. Allá van los malos, los violadores de la naturaleza, los que roban y los que matan»[2].
Sea pues, desde el concepto científico de las dolinas o desde las significaciones cosmovisionarias de los siguanes, debemos retomar el rumbo porque si seguimos a la manera de un personaje que cuando yo era niño llamábamos El Cochinón (iba por las calles comiendo y tirando desechos por todos lados), seguiremos como estamos ahora: amolados motu proprio.
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[1] https://www.plazapublica.com.gt/content/alcaldes-acuerdense-de-los-siguanes
[2] https://www.plazapublica.com.gt/content/los-siguanes-en-la-cosmovision-q...
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