Sin embargo, esa inacción que deriva en complicidad, no es valladar para la memoria colectiva. Año tras año, quienes sobrevivieron a la barbarie de la contrainsurgencia estatal en los años 70 y 80 del Siglo XX, colorean con claveles rojos el espacio donde cayó asesinado el joven de apenas 23 años. Con voces y pasos que cada vez son menos ágiles, recorren los casi 300 metros entre el asta bandera de la ahora Plaza de la Constitución y la entrada al Pasaje Rubio, en la 6a avenida de la zona 1.
Más de cuatro décadas de camino acompañado para recordar el crimen de estado y exigir justicia, marcan la ruta. Una ruta que sin convocatoria oficial han seguido las organizaciones sociales, sindicales, campesinas, de liderazgos indígenas, de mujeres, de juventudes y estudiantiles a lo largo de estos 47 años. No solo el 20 de octubre sino, cada marcha que transita por el sitio marcado con la sangre de Oliverio, detiene su paso para rendir homenaje.
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La estafeta de la lucha por la vida y el derecho a vivir en paz y con dignidad, se mantiene en alto. Esa estafeta ha sido recibida generación tras generación, para recordar el sacrificio extremo del joven dirigente estudiantil. Sus palabras llenas de sabiduría cuando asumió la conducción de la AEU, el 22 de mayo de 1978, son el motor de ese proceso. En esa ocasión, Olliverio dijo: «Los derechos humanos constituyen no una utopía para nuestro pueblo. No constituyen una utopía, sino que constituyen una razón real de su lucha diaria y constante. Una razón de su lucha cotidiana y, para nosotros los jóvenes universitarios, la lucha por el derecho de la juventud guatemalteca a la educación, constituye una razón de ser en nuestro quehacer universitario».
Resumía de esta forma el sentido de la lucha por la educación superior y el derecho de las juventudes a disfrutar de ella. Un derecho que hoy es negado y ha sido cercenado por Walter Mazariegos, quien usurpa la rectoría de la Universidad de San Carlos (USAC), amparado en el respaldo de las mafias que lo acompañan. Si alguien puede presumir de haber llevado a la USAC a un estado miserable, ese es Mazariegos, junto con la banda que lo apaña, que carece de la mínima entereza que, a lo largo de sus cortas vidas, demostraron Oliverio y los miles de jóvenes estudiantes que fueron ejecutados o desaparecidos por el Estado contrainsurgente.
La impunidad que rodea la ejecución de Oliverio Castañeda de León es muestra palpable de la responsabilidad estatal en su muerte. El operativo que se desplegó para ejecutarlo después de participar en la parte final de la marcha y en el mitin del 20 de octubre, solo era posible con participación de las fuerzas de seguridad del Estado, ejército y policía.
Bien lo describe el poeta Luis de Lión, también detenido desaparecido, en el poema, Acerca del Venado y sus cazadores, el cual dedicó a Oliverio. Al explicar la cantidad de participantes y la saña con la que actuaron, Luis hace referencia a este grupo y los años que en conjunto representan: «Tantos Siglos contra un solo minuto/ tantos cuchillos para cortar una flor/ tanta bala para acribillar una bandera/ tanto zapato para aplastar un rocío/ tanto fuego para quemar un lirio/ tantos cazadores para cazar un solo venado/ tanto cobarde contra un solo valiente/ tanto soldado para fusilar a un niño».
La frase con la que Oliverio Castañeda de León cerró su discurso el 20 de octubre de 1978: «Podrán masacrar a los dirigentes, pero mientras haya pueblo ¡Habrá revolución!», constituye ese grito de la memoria colectiva que vive a pesar de la impunidad.
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