Con Biden, la economía estadounidense goza de muy buena salud en prácticamente todos sus indicadores macroeconómicos: control de la inflación, desempleo por debajo del cuatro por ciento, crecimiento económico constante, y políticas de inversión social y económica multibillonarias que no solo han acelerado el empleo y el consumo, sino también estabilizado la economía familiar. Por otro lado, Wall Street ha visto un rebosante resurgimiento en los mercados financieros que siguen batiendo récords.
Ciertamente el país todavía no se ha repuesto completamente después de la pandemia, siendo la crisis de la vivienda uno de los mayores obstáculos para la movilidad social y prosperidad de las clases trabajadoras dado el déficit habitacional y falta de vivienda asequible. Al mismo tiempo, las inequidades sociales y económicas todavía caracterizan a una sociedad cuyas disparidades repercuten desproporcionadamente en las comunidades de color e indígenas, y en los inmigrantes de primera y segunda generación.
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En este contexto, las encuestas siguen mostrando que el expresidente republicano se encuentra virtualmente empatado con Biden (41.3 % vs. 40.6 % respectivamente, según el Proyecto Five Thirty Eight), y que ciertos segmentos del electorado han incrementado su preferencia hacia Trump, como es el caso de los electores latinos. ¿Cómo es posible que un candidato con tantos procesos jurídicos abiertos y quien ha sido acusado de ser el principal instigador del frustrado golpe de Estado del 6 de enero de 2021, así como de fraudes financieros, condenado por difamación y violencia sexual hacia una columnista, y acusado de pagar por el silencio de una actriz porno en la campaña de 2016, figure tan alto en las encuestas?
Varios son los factores. Hay un electorado sumamente leal a Trump (en las cercanías del 40 %), particularmente en las áreas rurales. Sus seguidores consideran que estas acusaciones son el producto de una caza de brujas y —pese a toda evidencia recabada, incluso por administradores electorales republicanos—, que en 2020 los demócratas cometieron un fraude electoral contra su máximo líder. Son electores que creen que es el único que puede luchar contra el crimen, una de sus principales preocupaciones.
El segundo factor es el discurso cada vez más extremista contra los inmigrantes, a raíz del aumento en los últimos años de inmigrantes que buscan mejores oportunidades en Estados Unidos. Este tipo de mensaje simplista, emotivo y tendencioso hace mella en los electores que consideran que el repunte económico no les favorece y que creen que el gobierno privilegia más a los inmigrantes, cuando la mayoría de los programas sociales no les benefician. Como sabemos, el actual sistema migratorio estadounidense no logra reformar políticas que mejorarían el control de los recién llegados sin crear crisis humanitarias en sus fronteras. Trump se dedica a deshumanizar con discursos incendiarios a millones de inmigrantes quienes, pese a que muchos permanecen bajo las sombras, mantienen la economía del país en sectores clave y son trabajadores esenciales, como vimos en la tragedia del puente de Baltimore.
Otro factor reside en la edad de su contrincante. Por mucho que los demócratas quieran enfatizar las cualidades de un candidato octogenario, con experiencia gubernamental contrastándolo con su oponente que cada vez parece perder sus habilidades cognitivas, la mayoría de votantes no están completamente convencidos sobre las capacidades físicas y mentales de Biden. Conforme no se resuelvan las guerras en Ucrania y Gaza, con implicaciones sumamente serias para Estados Unidos, Europa y el Medio Oriente, es posible que los electores indecisos se vayan decantando por el estilo cada vez más autoritario de Trump.
La gerontocracia se va consolidando en este país, pero ninguno de los candidatos inspira al electorado. El presidente demócrata se encuentra de nuevo en la cuerda floja y con ello la democracia en el país. ¿Habrá suficiente tiempo para revertir el curso?
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