En la semana que concluye, profesionales que conducen segmentos de entrevistas en distintos medios de comunicación nos ofrecieron dos muestras claras de lo que es y no es hacer periodismo desde una perspectiva profesional y democrática. El entrevistador debe organizar su cuestionario de manera que su entrevistado ofrezca a su audiencia respuestas serias y objetivas. No está frente a las cámaras y los micrófonos para presentar sus propias opiniones, mucho menos para provocar y obligar al entrevistado a que diga algo que no está interesado en decir.
En el programa Sin filtro, tres jóvenes periodistas ofrecieron una cátedra de cómo realizar una entrevista con alto grado de dificultad. Entrevistaban a la candidata del MLP con una batería de preguntas que trataban de exponerles a los televidentes la propuesta política de un partido que no es santo de la devoción del poder económico y por el cual los entrevistadores probablemente no votarán. Sin embargo, la entrevistada tuvo tiempo suficiente para argumentar sus propuestas. No le hicieron preguntas fáciles y por momentos la colocaron contra la pared. Sin embargo, en ningún momento los periodistas interrumpieron su discurso, mucho menos la descalificaron, y, en consecuencia, la audiencia se quedó con material suficiente para analizar su voto.
Puede que algunos hayan sido convencidos por los argumentos de la candidata y voten por ella. Otros, en cambio, pudieron confirmar las razones por las que optarán por otros candidatos. Pero en ningún momento los entrevistadores le dieron al público su opinión, con lo que la entrevista cumplió su objetivo: ilustrar a la sociedad sobre el pensamiento político de la candidata. No eran ellos quienes debían decir si ella tenía o no claro tal o cual elemento, si alguna de sus propuestas era viable o inviable. Ese razonamiento es parte del fuero íntimo del elector, para lo cual los periodistas han aportado información confiable y suficiente.
En cambio, en el programa Con criterio, otros tres periodistas, con mucha más experiencia en estos tipos de programas, entrevistaban al candidato del partido Winaq. Sin embargo, uno de los entrevistadores, olvidando la función profesional que ejercía, cargado de adrenalina, entró en un agresivo altercado con su entrevistado. En tanto este insistía en que no había llegado para hablar de la situación política de otro país, el entrevistador, ante la mirada impasible de sus colegas, insistía, alzando la voz y gesticulando agresivamente, en exigirle un posicionamiento sobre el asunto.
Su función ya no era la de un periodista en busca de una respuesta que ilustrara a la audiencia sobre la propuesta de gobierno del candidato, sino la de un agitador que deseaba imponerse ante el entrevistado sobre lo que sucede en otro país, para lo cual acusaba directamente al candidato de querer para el nuestro lo que en aquel está sucediendo. No se dio tiempo para respirar. Mucho menos estaba dispuesto a que el otro lo hiciera. Quería respuestas inmediatas que le dieran la razón. Exigía un posicionamiento que el otro, en el uso de todo su derecho de opinar, no estaba interesado en exponer. Así las cosas, a gritos dio su veredicto, como si el invitado hubiese llegado a recibir el beneplácito de quien impulsivamente había renunciado a su función de periodista y asumía la de un activista que, opositor, necesitaba aplastarlo.
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El bochornoso comportamiento del periodista llegó al extremo de que este afirmara en las redes sociales: «Si el señor Villacorta no se calla, yo tampoco lo haré». Mostró así su total incapacidad para conducir una entrevista en situaciones delicadas.
Posiblemente comportamientos agresivos, irrespetuosos e irresponsables como este generen audiencia, y tal vez muchos anuncios y ganancias a los dueños, pues le permiten al público disfrutar del linchamiento que el supuesto profesional de la comunicación hace de su entrevistado, pero son totalmente contrarios a la construcción de la democracia.
El político no había sido convocado a tener un altercado, sino invitado a presentar sus propuestas en un ambiente que supuestamente estaría rodeado del respeto que se deben personas civilizadas. Pero a la audiencia no se le dio la oportunidad de conocer a fondo las propuestas finales del candidato. En cambio, sí conoció la posición política e ideológica del entrevistador, quien, siendo el anfitrión, agredió de manera abusiva a su invitado.
El programa, con la participación activa y pasiva de sus conductores, no solo tomó partido contra el gobierno de otro país, sino que intentó dar a entender que el candidato no tenía una propuesta de política exterior. La participación del candidato fue solo el pretexto para hacer propaganda de sus visiones y posiciones político-ideológicas. Por lo visto, quería convencer a los ciudadanos de no votar por el candidato y de seguir usando a ese otro país como pretexto para descalificarlo.
Cierto, la política despierta pasiones, más aún cuando alguien se considera dueño de la verdad y quiere imponerla a toda costa. Pero esa no es una función del periodismo, al menos del que se ejerce con profesionalismo y responsabilidad. Ojalá el supuestamente experimentado pero violento e impulsivo periodista vea una y mil veces el programa de los jóvenes entrevistadores de Sin filtro. Tal vez así aprenda que con responsabilidad y humildad profesional se aporta mucho más a la construcción de la democracia.
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