En procesos de transformación de conflictos, no de solución (porque hay diferencia), la escucha activa es un requisito para hablar. Sí, escuchar y luego hablar. Eso permite construir bases para transformar relaciones que han sido dañadas. Ni qué decir cómo en Guatemala el daño causado a la relación social armónica data de mucho tiempo atrás, de décadas en algunos casos y de siglos en otros.
La sociedad no ha sido conciliada, por lo que hablar de reconciliación para algunos espacios resulta en desoír los primeros reclamos, sepultarlos y luego intentar avanzar. Como si alguien tiene una herida, ve que nace una pequeña costra y da por sanado el problema sin percatarse de que bajo la piel se gesta una infección que puede derivar en gangrena y llevar a la mutilación. De esa manera, en procesos sociales, dialogar (es decir, hablar entre dos o más personas o grupos) pasa obligadamente por escuchar.
Escuchar activamente significa no solo oír algo y luego hablar lo propio. Escuchar activamente significa más que procesar palabras por medio del oído, que puede estar sordo por efectos de conciencia.
Todo ello, a propósito de los mensajes entre corrillos sobre un supuesto diálogo para salir de la crisis. Y entonces falta ver primero quién o quiénes pueden estar en necesidad de hablar para resolver algo. Ese es el primer y más valioso requisito para identificar los pasos hacia un diálogo eficaz si hablamos de transformar el conflicto, y no solo de manejarlo como una crisis más, estilo gerencia de crisis. De eso ya tenemos bastante. Y con resultados tan nefastos como la salida de un gobernante corrupto 22 años después de la última intentona de golpe y la exigencia de renuncia a otro presidente y al Congreso con apenas dos años de diferencia.
Hablar para paliar la crisis actual no es una salida viable. No lo fue antes (la evidencia así lo ilustra) y menos lo será ahora. Lo que ha sucedido es que en esas mesas de negociación o diálogo siempre ha habido una disparidad nacida de la exclusión histórica. Así que no se trata de indicar que las mismas y los mismos de siempre se niegan a dialogar, sino de entender que a quienes siempre han dialogado, escuchado e intentado resolver los problemas para la mayoría se los ha excluido. A tal grado que en los diálogos cupulares no se consideran sus necesidades. Y si por alguna peregrina circunstancia han llegado a la mesa, sus resultados no son vinculantes.
Por eso llama la atención la casi inmediata concertación entre un grupo de líderes religiosos de tres vertientes que invitan a dialogar desde el Foro Guatemala, un espacio representativo, dicen, del que ellos mismos forman parte. Luego, de inmediato el Comité de Asociaciones Agrícolas, Comerciales, Industriales y Financieras (Cacif), también parte del mismo espacio, responde que sí, que se debe dialogar y allí. Un día después, luego de la apoteósica movilización del paro nacional del 20 de septiembre, el presidente, primer rostro visible de la crisis, invita a dialogar. Como si tuviese la solvencia moral para ello.
La desconfianza hacia este nuevo diálogo cupular se ha hecho sentir entre los sectores participantes en el paro. Es una desconfianza legítima, sustentada en la histórica manipulación de procesos previos, los cuales, como el acta de la oficial independencia, hablan de arreglos bajo la mesa antes de que el pueblo tome las riendas del proceso.
Si las energías, los dineros y las estructuras que la retrógrada élite económica ha desperdiciado en mantener su sistema de privilegios fueran invertidos en el desarrollo, otro gallo cantaría. Pero, encasillada en el odio clasista y racista, ha sido incapaz de ver más allá de sus respingadas narices y de aceptar que hay intereses y necesidades más, mucho más amplias que las individuales y egoístas de su entorno. El día que esté dispuesta a escuchar de verdad y viendo como iguales en derechos a quienes sí deben estar en el diálogo, tal vez se pueda iniciar un diálogo real. Mientras tanto, las voces de la mayoría seguirán naciendo de las plazas al ritmo de las batucadas, en calles urbanas o caminos rurales, en los 24 idiomas que nos comunican, para requerir un nuevo pacto social que nos incluya a todas y todos.
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