Es absolutamente humano, normal y esperable que la gente abrigue esperanzas. Eso, en definitiva, es lo que hace andar al mundo: la expectativa siempre presente de una mejora en la condición, en principio individual, pero también colectiva. Esas expectativas, quizá muy viscerales, muy espontáneas, y por ello mismo absolutamente genuinas, son lo que permitieron que Jimmy Morales llegara a la presidencia. La gente, como sucede siempre y en cualquier contexto, vota con el corazón, con el estómago. El pensamiento crítico no suele contar en esto.
No faltó manipulación, como no la falta nunca cuando se trata del poder y del manejo de las grandes mayorías. La democracia, como dijo Jorge Luis Borges —¡lo afirma un literato, y no un politólogo!— «es una ficción estadística». Es decir, en estas democracias formales, que son en verdad una pura dictadura de mercado (tanto las opulentas del Norte como las nuestras, las famélicas del Sur), el votante es el que menos decide. Pregúntese el lector cómo se llama el diputado que lo representa en su distrito, cuántas veces tuvo contacto con él para discutir algún aspecto que les concierne a ambos, a cuántos cabildos abiertos se le convocó el año pasado. Seguramente todas las respuestas serán iguales: negativas. Entonces, ¿de qué democracia hablamos? ¿A quién se consultó para los salarios diferenciados o para los medicamentos genéricos? ¿Y para la Operación Martillo, con presencia de marines estadounidenses en nuestro territorio?
Asistir cada tantos años a un acto comicial puede resultar una ofensa, un atentado a la dignidad del votante. Pero eso es la democracia formal, la que retornó hace 30 años, lo que siempre se nos ha vendido como la suma panacea. Esas democracias son una burla porque las poblaciones solo eligen al administrador de turno mientras las cosas de base no cambian. (¿Acaso cambiaron la pobreza y el racismo de Vinicio Cerezo en adelante? ¿Alguien piensa que pueda cambiar con la futura administración?).
Manipulando a la población se nos presentó la idea de que un apolítico, alguien que no venía del mundillo de esa clase corrupta y casi gansteril que son los políticos de profesión, podría ser una vía alternativa. Si Baldizón fue satanizado como la representación de todos los males, Sandra Torres quedó siempre ligada a la imagen de una politiquera tradicional. Es decir, otra corrupta gansteril. Jimmy Morales se alzó así como la figura impoluta, como el virtuoso que podría sacar el país adelante.
Es incorrecto decir que el electorado sufre de analfabetismo político. Las democracias formales, en cualquier parte del mundo —también en los supuestos civilizados países que se nos ofrecen como modelo— imponen esa conducta electoral: los espejitos de colores siguen vigentes. Por eso aquí la promesa de incorrupto y no ladrón pegó tanto. Para sorpresa de todos, las pasadas elecciones tuvieron la participación más grande de votantes, contrario al llamado al voto nulo o a la abstención. ¿Por qué? Porque la promesa de alguien nuevo, no quemado en estas lides, despertó expectativas. Esto ratifica que la población sigue atada al mito de que el presidente y la clase política en general son los causantes de la situación del país, mito que hay que romper: pasaron siete administraciones con nueve presidentes desde el retorno de la democracia y nada ha cambiado.
¿Qué nos espera el 14 a las 14? Por lo que puede verse de momento, ¡más de lo mismo! Quienes están atrás de Jimmy Morales representan lo más reaccionario de años pretéritos, con mentalidad de guerra fría y de combate furioso al comunismo. Los primeros nombres que circularon como posibles integrantes de su equipo asustan. No hay planes de gobierno establecidos. No hay ninguna propuesta. ¿Quién gobernará: el presidente o el vice (un veterano en el ámbito político, de la vieja escuela gansteril —para muestra, el saqueo que realizó con el Fondo de Pensiones de la USAC—)? ¿Trabajarán efectivamente contra la pobreza y la exclusión? ¿Lucharán de verdad contra la impunidad y la corrupción? ¿Se han desarmado efectivamente las mafias enquistadas, como La Línea?
Si el año pasado se encendió una mecha con las movilizaciones anticorrupción, hoy hay que extender esa llamita y convertirla en poderosa llamarada. La sociedad civil organizada tiene que estar extremadamente atenta a lo que haga este nuevo gobierno, que, en principio, no ofrece sino más que comedia. Por eso, para recordar que estamos vivos y observantes, el 14 a las 14, ¡todo el mundo a la plaza!
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